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Diez años sin 'mili'

jueves 10 de marzo de 2011, 08:30h

Ayer se conmemoró el décimo aniversario del final de la “mili”, nombre coloquial del servicio militar obligatorio. Fue una pena que, en lugar de ser un acto presidido por el consenso en una decisión histórica, también en este acontecimiento se haya “colado” el sectarismo político. Digamos que la “mili” fue suprimida por el gobierno de José María Aznar, con Eduardo Serra como ministro de Defensa cuando se tomó la decisión, y con Federico Trillo como titular de ese mismo departamento cuando la medida entró en vigor. Son datos y hechos históricos, lo mismo que lo es la desafortunada decisión de Aznar de implicar a España en la guerra de Irak contra unas armas de destrucción masiva que resultaron un fiasco.

Pero hoy miramos otro aspecto de esta decisión, y lo hacemos desde la crónica sentimental de las historias de la “mili”, porque cada español apenas mayor de cuarenta años lleva en la mochila de sus recuerdos el relato de sus meses en cuarteles, regimientos, campamentos, bases aéreas o departamentos navales. ¿Qué sería de los hijos y de los nietos sin las “batallitas” militares del padre o del abuelo?

Porque hubo un tiempo de España que no se entendería sin los “quintos”, sin los sorteos de destino, sin la instrucción en los campamentos, sin las cantinas, la camaradería, los “enchufes”, las novatadas, los destinos, la oración por los caídos, los toques de corneta, la puntería en el tiro o la escasez en el rancho. Cada uno recuerda su “mili” con nostalgia: eran los tiempos en que teníamos veinte años y toda una vida por delante; la época en que las Fuerzas Armadas eran mandadas por personas que habían participado en la guerra incivil; la crónica de la pobre España en que muchos jóvenes salían de su huerto, conocían a otras gentes, o descubrían el mar, o aprendían la asignatura de la ancha y plural España: también había vida más allá del campanario de su pueblo.

Puede parecer una anécdota, pero la supresión del servicio militar obligatorio fue una revolución sociológica. También fue una decisión que tenía sus detractores. Llegaron las grandes novedades: la integración de España en fuerzas internacionales, el acceso de la mujer a la profesión de las armas, la participación del Ejército en misiones de paz o de combate en lejanos países. Ya nada es igual. Pero, en el sedimento de la memoria, siempre quedan aquellos meses de “caqui” y de mosquetón, de ardor guerrero y de maniobras, allá cuando todos teníamos veinte años, y los estudiantes de ingeniería aprendían a pelar patatas en los cuarteles, y jóvenes analfabetos aprendían a leer en la tienda de campaña. Era una España en blanco y negro, como el NO-DO, pero que también tenía mucho de entrañable; quizá porque todos éramos más jóvenes, y acaso más felices.

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