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Suárez, el hombre y el líder

Suárez, el hombre y el líder

viernes 21 de marzo de 2014, 14:19h
Lo último que leído de Adolfo Suárez, ha sido el libro de mi colega Fernando Ónega al que aporté mi pequeño grano de arena contando al autor mis experiencias con el hombre de estado que "desmontó pieza a pieza el andamiaje del franquismo, pero que no recuerda que lo hizo". El ensayo arranca diciendo que "el hombre que el rey Juan Carlos utilizó para construir la democracia en España no sabe que él fuera artífice del prodigio. El presidente de gobierno que condujo España a la constitución de la concordia y el consenso y a la celebración de las primeras elecciones libres no recuerda ni uno solo de aquellos pasos. No ha podido ser testigo de cómo la sociedad española pronuncia su nombre con afecto, le disculpa los errores, le reconoce su labor histórica. Aquel presidente no recuerda que lo ha sido". Así es, pero el sí está en nuestra verdadera  memoria histórica como país y como pueblo.

Mi experiencia con Adolfo Suárez fue justamente en su peor época, en plena decadencia. Hice con él las últimas campañas electorales con el CDS cuando su caravana la llamaban, los colegas que seguían a otros partidos políticos, la de Juana la Loca  porque "paseaba Felipe el hermoso por los pueblos de España". Así era y precisamente en ese ejercicio de humildad, del hombre que lo había sido todo y lo había perdido casi todo, es donde yo encontré la grandeza del líder y del ser humano. Mucho de lo que hoy se sabe de la transición nos lo contó el en primera persona a un pequeñísimo grupo de periodistas entre partida y partida de mus, con un importante grado de amargura  que, durante el relato se alternaba con la euforia, por la importancia histórica de los acontecimientos que desgranaba con minuciosidad y precisión.

Recuerdo como si fuera hoy cómo nos relató su primer encuentro con Felipe González en la Moncloa  después del vapuleo de su partido y cómo se fue fraguando una amistad con los que hasta entonces habían sido sus adversarios políticos. En una ocasión le pregunté ingenuamente  por qué cosas de los convulsos años de gobierno de la UCD se interesaba Felipe cuando se reunían y él me dijo sin más: "Cuando estamos juntos, yo hablo y el presidente del gobierno escucha". Como queriendo reafirmar una autoridad que por aquel entonces todos le negaban.

Suárez y yo nos conocimos en un ascensor, sí sí así cómo suena. Yo era una periodista de provincias recién llegada al "foro", completamente desconocida a quien, ni por asomo Adolfo Suárez iba a conceder la entrevista que mi periódico el 'Ya' me había encargado. Cansada del  "no" por respuesta decidí  apostarme en la sede de su partido durante varios días hasta que, por fin,  aprovechando un pequeño descuido de sus escoltas  conseguí colarme con él en el ascensor. Me  presenté precipitadamente,  saqué mi grabadora y le hice unas cuantas preguntas sobre la actualidad política del momento. Fue la portada del periódico y desde entonces se creó entre nosotros una especie de complicidad plagada de anécdotas.

Anécdotas del hombre y del líder político que guardo en mi memoria como un tesoro. Los pocos colegas que estuvimos en su última etapa supimos de su pesar por el poco tiempo que le dedicaba a su familia y lo que calificaba con tristeza de injustificables ausencias. Se sentía culpable porque apenas había visto a Amparo y sus cinco hijos en esos años de efervescencia. Se sentía defraudado por tantos compañeros de partido que le habían dado la espalda y dolido muy, muy afectado por la incomprensión de la sociedad española, algo que se reflejaba en esos mítines de salones pequeños prácticamente vacíos. 

Siempre decía que el "había vivido convenciendo" y es verdad que era un gran seductor que se vio obligado a desplegar todos sus encantos para transitar del franquismo a la democracia. 

Seductor, elegante y también coqueto. En una ocasión después de varios días interminables en el autobús electoral y viendo que él siempre aparecía impoluto con las camisas bien planchadas y el traje impecable le pregunté qué hacía para que en su vestimenta no hicieran nunca mella los estragos de los viajes: "¿Mi secreto inconfesable? Pues es simple: como sé que me sienta bien el color azul -que os gusta mucho a las mujeres-  y  también determinado tipo de trajes, me suelo comprar una docena de las misma camisa y un par de trajes iguales. Así parece que es el mismo pero no es igual, es mi propio trampantojo del estilismo".   Genio y figura queridísimo Presidente.
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