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Calvo Sotelo y el “Golpe e timón”

Calvo Sotelo y el “Golpe e timón”

domingo 04 de mayo de 2008, 18:11h
Estos días, como no podía ser de otra manera, se ha glosado la figura de Leopoldo Calvo Sotelo – primer ex presidente del Gobierno de la democracia española que fallece – y se ha hecho en la inmensa mayoría e las veces, con justicia, destacando su personalidad y sus actuaciones desde diversos puntos de vista. Y digo casi siempre, porque para José María Aznar, una de las cosas que más ha destacado de la figura del desaparecido ha sido el hecho de que asistiera a una manifestación contra el gobierno socialista por su negociación con ETA. ¡Manda huevos!, se puede decir parafraseando al que fuera presidente entonces del Congreso y posterior ministro de Defensa, Federico Trillo.

Su mandato fue de tan sólo veinte meses, pero nadie ha partido en sus funciones de una situación tan difícil como la suya, con un partido, la UCD descompuesto por las intrigas internas y con un intento de golpe de Estado el día de su investidura. De todo esto, y mucho más, se ha hablado estos días al rememorar su figura, pero quizá habría que añadir al menos dos cosas más que sucedieron antes del tejerazo y al final de su mandato, y todo ello relacionado con “la cosa” militar de entonces.

Fue Joseph Tarradellas quien acuño aquello del “Golpe de timón”, cambio profundo que este país demandaba en la última época de Adolfo Suárez y cuya resonancia llegó hasta la Zarzuela cuando las conspiraciones – al menos tres en marcha en el seno de los ejércitos -.eran cosa sabida en los mentideros de la Villa y Corte y aledaños. Durante 1980 aquí conspiraba todo el mundo. Lo hacían los socialistas, por su cuenta y también coqueteando con el golpismo “blando” de Alfonso Armada; lo hacían diversas familias de la UCD, también con algún ojo puesto en los uniformados; lo hacían los ex combatientes de Girón y, por supuesto, conspiraban algunos altos y medios mandos militares por cuenta propia.

El Rey, a través e Milans, congeló algunas de esas conspiraciones en marcha y se aprestó a dar su golpe de timón, pero para desolación de algunos, lo hizo con las Constitución en la mano. Y ahí apareció la figura de Leopoldo Calvo Sotelo, llamado para ser candidato y elegido presidente en dos vueltas, - un hombre procedente del franquismo, liberal, con un concepto de la derecha pragmático y un apellido sonoro para los militares - con la previsión de Alberto Oliart como ministro de defensa y el general Milans del Bosch como futuro jefe del Estado Mayor. La responsabilidad era de órdago y lo fue más aún tras la entrada de Tejero y compañía en el Congreso. Leopoldo Calvo Sotelo aceptó el envite y, como es sabido, logró  que el proceso a los golpistas fuese una realidad y que, tras las primeras condenas, un recurso instado por el Gobierno que presidía, lograra que estas no fueran tan benévolas como salieron del Consejo de Guerra de los propios militares.

Aunque el hecho el golpe condicionó en cierta medida la acción de Gobierno – ahí estuvo la LOAPA para frenar el proceso autonómico – la cosa militar fue tratada con habilidad por Leopoldo Calvo Sotelo y por su hombre de confianza en estos asuntos, el ministro de defensa Alberto Oliart. Contaba el propio Calvo Sotelo que, cuando recibió a Emilio Alonso Manglano, jefe de la Inteligencia Militar, le pidió una cosa. “Avísame con unos días del próximo golpe”. Y vaya si le avisó.

Porque el golpe preparado por coroneles y mandos medios y cuyo Estado Mayor se encontraba entre rejas tras las condenas del 23 F, estaba urdido para ser cruento justo el 28 de octubre con los socialistas a las puertas de tomar el poder. Y fue el Gobierno de Calvo Sotelo, con energía y prudencia – con exceso de prudencia para muchos entonces – el que lo abortó, gracias a la ayuda inestimable de unos servicios de información militares en los que mucho tuvieron que ver hombres como Emilio Alonso Manglano o Santiago Bastos, por citar tan sólo a dos.

Desde entonces., el golpismo como tal quedó difuminado para la historia de España – solamente se supo más tarde de algunos preparativos que se asemejaban más al terrorismo puro y duro, que a un golpe militar- y los socialistas pudieron, no sin dificultades, desarrollar un programa de reformas que inició el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado y que hizo posible Calvo Sotelo con su administración de las Fuerzas Armadas en tiempos excepcionales.

Con la distancia que proporciona el tiempo, puede juzgarse mejor la actuación de este hombre y sus colaboradores que, si entonces parecía timorata, se tradujo realmente en una prudencia que, al cabo de los años, ha demostrado que fue rentable aunque entonces muchos- incluso quien esto escribe – la criticaran en demasía.
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