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Si no le pinchan el teléfono, no es usted nadie

Si no le pinchan el teléfono, no es usted nadie

viernes 07 de agosto de 2009, 13:02h
Cuando alguien, un periodista por ejemplo, comenta a una de sus fuentes en Interior, o en Justicia, que cree que está siendo controlado telefónicamente, se encuentra de manera casi invariable con una tajante y despectiva negativa: “os creéis demasiado importantes; no hay capacidad para controlar tantos teléfonos, suponiendo que se pretendiera hacerlo”. Pensar que te controlan el teléfono sería, así, aspirar a adquirir un estatus de importancia suplementaria: “si, sí, usted cree que soy un Don Nadie, pero tengo el teléfono pinchado”. No me diga usted que nunca ha enviado, cuando habla con su mujer o con un amigo, un saludo ‘al sargento Martínez, que nos estará escuchando’.

Pues, aun compartiendo que puede que estemos todos un poco paranoicos, siento tener que decirlo, y sentiré mucho que alguien piense que, con ello, estoy haciendo el juego a un partido político que acaba de lanzar la denuncia de que sus dirigentes están siendo seguidos telefónicamente: estoy convencido de que en este país nuestro se controlan muchos más teléfonos de los que estarían permitidos por las órdenes judiciales, y pienso que no son solamente los teléfonos de políticos de altura, de la formación que sea –que no sólo se controla a la oposición--, sino también los de representantes de instituciones, empresarios, periodistas y los de gentes varias capaces de suscitar el interés del escuchante o de quienes imparten órdenes al escuchante. Muchos de los espiados ni siquiera se sienten lo bastantes ‘importantes’ como para que alguien pierda su tiempo y su dinero (o el tiempo y el dinero del contribuyente, a saber) tratando de averiguar de qué hablan con sus novios/as, con sus nietos o con sus socios, pero les aseguro que en muchos casos no son solamente dos los que mantienen una conversación, incluso entre gentes ‘normales’.

En este país hay orejas indiscretas a mansalva. Recuerden lo del antiguo CESID, que hasta espió al Rey, y, del Rey abajo, a un montón de personas. Yo mismo tuve que denunciar a un empresario que, como represalia a una información que había publicado sobre él, cometió la locura de enviar una transcripción de mis conversaciones por el móvil a varios medios de comunicación y, encima, acudió a una radio para pavonearse de haber sido el autor de la humorada. Reconozco que el episodio me divirtió más que otra cosa –aunque nadie pueda resistir un espionaje de esas características, lo cierto es que en lo transcrito no había nada que tuviese el menor interés—y al empresario, que había sido duramente castigado durante la primera etapa del ‘felipismo’, llegaron a meterlo, de nuevo y esta vez por mi culpa, en la cárcel. Retiré la denuncia y salió a los dos días, sin que yo haya vuelto a saber de él, excepto en que parece que va recobrando –y me alegro-- su imperio empresarial, que le fue confiscado con legalidad dudosa.

Luego, en mi blog personal dije hace pocas semanas que sí, que me siento espiado, que mi móvil registra algo parecido a un rebobinado de cintas, y la secretaria de mi redacción, que se muere de risa con estas cosas, puede dar fe de ello, porque es, con diferencia, la persona que más habla conmigo por el inalámbrico. 

Con esta incursión en mi experiencia personal quiero significar que seguramente no son sólo organismos públicos los que espían. Al fin y al cabo, desde el PP madrileño se espiaba a otros miembros también del PP madrileño, y aquí, como si no hubiese pasado nada. Líderes empresariales escuchan lo que dicen otros emprendedores rivales y hasta lo que hablan periodistas económicos punteros. Los del CNI de Alberto Saiz puede que espiasen –habrá que preguntárselo al coronel que dirige las operaciones, pero seguro que va a desmentirlo--, como puede que algunos policías y algunos guardias civiles hayan pinchado, vaya usted a saber por iniciativa de quién, algunos teléfonos disidentes o meramente interesantes. El morbo de escuchar lo prohibido ha de ser, pienso, insuperable, sin contar con el poder sobre los demás que te da el poseer una información suplementaria.  

Todo lo dicho no quiere significar que haya una enorme ‘operación escucha’ montada desde los poderes del Estado, ni desde el Ministerio del Interior –me parece que Pérez Rubalcaba es demasiado inteligente, demasiado escurridizo, como para dejarse coger en la rampa—yas sea en contra del PP o de cualquier otro. NO me atrevo ni siquiera a pensar en esa hipótesis, aunque ya hemos tenido ejemplos anteriores (¿recuerdan la etapa del general Manglano, que luego tuvo que dimitir, al frente de los servicios secretos?). Pero, por ello mismo, es necesario que no quede ni un resquicio de duda en las mentes de los ciudadanos –que, en el fondo, estoy seguro de que renuncian de buen grado a sentirse importantes sintiéndose escuchados—en el sentido de que su privacidad se respeta escrupulosamente. Porque si, de acuerdo con el proverbio inglés, democracia es que si alguien llama a tu puerta a las cuatro de la mañana sea el lechero, también es democracia que, cuando hablas por teléfono con tu madre, o con quien sea, sea solamente tu interlocutor quien escucha.
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