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La galbana

lunes 17 de septiembre de 2018, 12:14h
Al final todos nos hacemos a todo, pero ¡qué pereza da retomar rutinas! Madrugar, desayunar mal que bien, correr, saltar, subirse a autobuses en la Gran Vía, llegar tarde…y a cada cual lo suyo, porque a nuestros hijos e hijas les toca confrontarse con lo nuevo, con lo esperado e inesperado del nuevo curso. En el caso de los bebés, les toca adaptarse a las escuelas infantiles. A los alumnos y alumnas de educación infantil, comenzar el colegio para hacerse mayores. A los niños y niñas de Primaria les corresponde aumentar responsabilidades; a los adolescentes en Secundaria toda una aventura emocional, dejar de ser el mayor del colegio (cambiando su posición vital) para convertirse en el pequeño del instituto. A los de 4º de la ESO y 2º de Bachillerato, a tomar decisiones sobre su trayectoria que ya ven la adultez más cerca. A los colegios mayores, las novatadas o humillaciones a las que someter a los recién llegados. Otro tema a debatir.

Y a los políticos ¿qué les toca? Presumir de masters y mentir. Esto es lo que más galbana me da. Escuchar de manera constante la corrupción impune, las mentiras sin castigo y el juego de confusión discursivo sobre su verdad o pos-verdad amoldándola a sus intereses. Y mientras, queremos transmitir a nuestros/as hijos/as la importancia de ser honestos. La sociedad en su conjunto tiene una gran responsabilidad, por lo que tanto padres, madres y agentes sociales tendríamos que hacer un esfuerzo al respecto.

Ya saben que etológicamente el ser humano es un bípedo muy desarrollado con un nivel de sofisticación social altísimo, necesitamos vivir en grupo y en el grupo necesitamos ser aceptados. Debido a esta necesidad, aprendemos a mostrar nuestras cualidades positivas disfrazando las menos bonitas e intentamos transmitir una imagen mejorada de nosotros mismos. Y también sabrán que la mentira nos enferma. Bloquea la verdadera comunicación, y como ésta es esencial a nuestro desarrollo, deforma la personalidad. Al Pinocho de Carlo Collodi le crecía la nariz cuando mentía. La nariz es la parte más prominente del rostro y la expresión facial es el “espejo del alma”. Y por lo tanto, el crecimiento de la nariz en el cuento podría simbolizar esa fealdad del ser humano.

En cambio, la veracidad nos permite ser nosotros mismos sin que nos crezca la nariz. “La verdad os hará libres”, que decía San Juan, y ésta es la manera más sana de conformar nuestro autoconcepto. Lo importante es que el menor, como futuro adulto, sea capaz de descubrir que la verdad es bella. Deberíamos ser congruentes entre lo que somos y lo que mostramos ser, sin que nos preocupe lo que los demás puedan pensar sobre nosotros. ¿Sabían que empezamos a mentir a partir de los 4 años, con el desarrollo del lenguaje? Es otra herramienta adaptativa y de supervivencia. Entonces, ¿es cierto? Si queremos “sobrevivir” en esta sociedad ¿No es posible vivir sin mentir?

Fátima Martí Cardenal

Es psicóloga sanitaria experta en Psicología Educativa. Es presidenta de la asociación para niños y niñas con altas capacidades ARCA (www.altascapacidadesarca.org) y directora técnica en la asociación AAESI. Asesora a familias y da formación al profesorado sobre la detección y atención al alumnado con altas capacidades. Trabaja en consulta con niños y adolescentes. También es profesora en el Máster en intervención en necesidades específicas de apoyo educativo del CES DON BOSCO.

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