Cada vez que asisto a un acto oficial, (de esos que tienen a político de renombre), vuelvo a encontrarme con el impúdico espectáculo de los coches oficiales, ya sean éstos públicos o privados. En la puerta de los hoteles donde se convocan esos desayunos hay una legión de coches oscuros que se agolpan hasta en triple fila, y sus conductores miran el culo de las chicas que pasan y ríen con total impudicia. El oficio de cochero cambia con la tecnología pero las formas son las mismas.
Vehículos que pasan de respetar las normas del tráfico porque para eso tienen dueños poderosos. Unos coches a los que sólo les falta un tigre encadenado al tubo de escape para dar mayor impresión de matonismo.
En Madrid van a repartir un millón de vacunas contra la gripe, supongo que será una por cada coche oficial y así salen las cuentas.
Yo tengo un problema con los coches oficiales, me da miedo pasar entre ellos porque pienso que el gánster se va a enfadar conmigo porque he mirado a la rubia.
Y en cada coche tres antenas y en algunos la bandera con las dos tibias cruzadas y la calavera en el centro, enarbolando el pabellón que les corresponde por ser “los piratas del Ibex”. Y en cada coche cuarenta asientos para que quepan los asesores, (esos tipos curiosos que recomiendan ahorrar en gastos superfluos pero que tan superfluos son en sí mismos).
Luego se van a escape, acelerando sin pudor porque para ellos la gasolina es gratis, o mejor dicho entre todos les pagamos el juguete.
Haría bien el alcalde poniendo un carril coches oscuros para que pudieran ir en la fila macabra de los coches de luto.
¡Si al menos hubiera coches oficiales de color rosa!
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