Antes, los timos los hacían los trileros apostados en las Ramblas de Barcelona o en la Gran Vía madrileña. Todo lo más, estafaban al prójimo por el simple método del tocomocho, como en aquella película de
Tony Leblanc.
Ahora, hasta el fraude toma niveles globales y los pillos actuales son como el financiero
Bernard Madoff, que ha estafado 50.000 millones de dólares con el viejo sistema piramidal a gente presuntamente tan lista como nuestros compatriotas
Alicia Koplowitz,
Juan Abelló o
José Lladró.
A los que no nos movemos en esos círculos, nos cuesta entender la magnitud de las cifras y el que un tipo así pueda estar durante cuarenta años tomando el pelo al personal. Para mayor inri, el defraudador deja todo atado y bien atado para que sus hijos puedan beneficiarse de sus fechorías. ¿No estaremos ante un gran contubernio en el que participa un grupo de ricos y famosos que llevan décadas chupándonos la sangre impunemente?
Veamos.
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Hace unos meses se hundió Lehman Brothers, dejando en la calle a miles de empleados y arruinados a decenas de miles de inversores. En los siete años anteriores, su presidente,
Richard S. Fuld, se había llevado tan ricamente 420 millones de dólares y sólo poco antes de la quiebra las empresas de calificación de riesgos Moody’s y Standard and Poor’s no habían detectado ningún problema en la ruinosa compañía.
Años antes ya había sucedido algo similar con la fraudulenta Enron y su presidente, Kenneth Lay, amigo personal de
George Bush. La auditora
Arthur Andersen acababa de dar el visto bueno a la siniestra contabilidad de la empresa. ¿Pero es que no sucedió lo mismo en su día con Banesto y la auditoría de Price Waterhouse justo cuando
Mario Conde estaba saqueando el banco?
O no nos enteramos o es que alguien no quiere que lo hagamos. Quienes así hacen son esos directivos full que cobran hasta 300 veces más que sus eficientes empleados y que tras arruinar a sus empresas se van muchas veces de rositas. En los 90 le pasó a
Michael Ovitz quien, tras 14 meses al frente de Disney en los que estuvo a punto de hacer quebrar la firma cinematográfica, se fue con 100 millones de dólares en el bolsillo.
Quizás esos nombres, esas cifras y esos acontecimientos tan descomunales no sean reales. A lo mejor, como en la película Matrix o aquella otra, Nivel 13, protagonizada por
Craig Bierko y
Armin Mueller-Stahl, pertenecen a un universo virtual distinto del nuestro, que a su vez es otro mundo virtual dentro del primero y así sucesivamente.
Es la única explicación para que sucesos así puedan estar ocurriendo repetida e impunemente: que existan planos de realidad totalmente diferentes para gente con mansiones de 20 millones de euros y otra cuyo único horizonte vital es el paro.