viernes 20 de febrero de 2015, 15:43h
Parece que hay una cierta complacencia
entre todos los que critican a Podemos desde el centro, centro izquierda y, por
supuesto, derecha en pedir a Bruselas y en Bruselas mayor dureza y más
humillación al gobierno griego de Syriza. Como he sido y sigo siendo
radicalmente critico con los programas o casi-programas de Pablo Iglesias y Alexis
Tsiripas, me parece ético aclarar que una cosa es que a muchos nos parezcan
inviables y populistas las medidas de ambos y otra muy distinta que busquemos
la humillación de nadie. Y no sólo eso; uno tiene escrito por ahí hace ya mucho
tiempo lo que ahora ha reconocido nada menos que el presidente de la Comisión
Europea, Jean-Claude Juncker, sobre el pecado de la Troika "contra la dignidad de
los ciudadanos de Grecia, Portugal y a menudo en Irlanda también", y
añadía que la Historia, más pronto que tarde,
"tendrá revisar el funcionamiento de esta tríada".
Por su parte el jefe negociador de la dichosa -y ya fantasmal- Troika por parte del FMI,
Paul Thomsen, reconocía que hasta ahora el ajuste del país heleno se ha basado
"demasiado" en recortes salariales que consideró "injustos" porque además no
había ido acompañado por un descenso equivalente en los precios.
Y es
verdad. Cuando estalló la crisis y toda Europa -menos Zapatero- empezó a tomar
medidas, con Grecia sobre todo se hicieron demasiados experimentos, se estrujó
tanto el limón que al final ni había zumo ni había limón. Y en aquel desastre
floreció el populismo de Syriza. Pero dicho lo dicho y reconocido que las cosas
no se hicieron bien, también es justo recordar que los gobiernos griegos
falsearon sus cuentas para entrar en la UE, tenían un sistema fiscal -por llamarlo
de alguna manera- prácticamente tercermundista y la mitad de la población vivía
a costa del estado, algo absolutamente insostenible y que a la fuerza tenía que
explotar en cuanto se anunció la crisis.
Así que no hay ni vencedores ni vencidos en
esta dialéctica en la que se han enfrascado el populista Tsiripas y su peculiar
ministro de economía y la canciller Merkel, radical defensora de una austeridad
que ya se ha visto no produce los milagros previstos, y que está secundada y
arropada curiosamente por los gobiernos más
económicamente débiles que son los que reclaman venganza con más
entusiasmo.
Ahora el problema entre Europa y Grecia es
más político-lingüístico que económico. Soluciones económicas siempre hay y se
pueden encontrar; más difícil es acordar las palabras de los acuerdos, los
textos de las resoluciones, los sinónimos adecuados o la ingeniería gramatical
para que nadie quede del todo mal: ni Berlín/Bruselas ante sus exigencias, ni
Syriza ante su electorado. Pero lo cierto es que el gobierno de Tsiripas ha
cedido en sus pretensiones, ha dado marcha atrás en su radicalidad y se
enfrente a sectores de sus bases que no aceptarían un pacto que durante tanto
tiempo fue la bandera que unió al descontento.
No
es fácil encontrar una salida porque nadie quiere perder y para eso Grecia
tiene que ser la que más baje el diapasón y no sé sabe hasta donde están
dispuesto a llegar para evitar lo que, de otra forma, sería inevitable. Vamos a
intentar llevarnos bien, que le decía el paciente al dentista al que había
agarrado de sus partes. Si unos no se empeñan en usar el torno más de los
necesario y el otro puede llegar a los mismos acuerdos con otras palabras que
salven su dignidad, es posible que todos salgamos ganando. Pero que tome nota
todos de algo que Gustavo Adolfo Bécquer planteaba en una de sus "Rimas":
"Lastima que el Amor un diccionario / no tenga donde hallar / cuándo el orgullo
es simplemente orgullo / y cuando es dignidad". Pues eso.