En este mes en que todos tenemos tan tierno y -¡ay!- tan reciente el tema impositivo, vale la pena repasar, aunque de forma somera y sobre el papel, cuánto pagamos y a quién. No por ello va a doler menos, pero es interesante conocer el dato. Un reciente estudio elaborado a petición del Ayuntamiento de Madrid señala que los madrileños que vivimos en la capital abonamos, cada año, una media de 25.460 millones de euros en impuestos. Bárbaro ¿verdad? Pues bien, de esa cifra, a cada hijo de vecino nos corresponden unos 8.130 euros, por término medio. Más de un millón largo de las antiguas pesetas destinado a la caja común.
Pero ¿qué caja es ésta? ¿Sabemos dónde va nuestro dinero, una vez que sale de nuestros bolsillos? El informe lo dice de forma transparente. De cada 100 euros que pagamos de impuestos los madrileños, 59,6 son para tributos estatales, 34,6 se los pagamos a la Comunidad de Madrid y 6,2 euros son responsabilidad del Ayuntamiento. El mismo madrileño-tipo que antes señalábamos que pagaba 8.138 euros al año, destina de ellos unos 500 a las arcas municipales, y todo lo demás a pagar impuestos regionales o estatales.
Hay impuestos e impuestos. Los hay más dolorosos que otros. El tanto por ciento que retiran a los asalariados de sus nóminas casi no se nota: es dinero que no se llega a ver nunca, en realidad. Sin embargo, los impuestos locales suponen un desembolso líquido muy palpable: el numerito, si tienes coche; el de bienes inmuebles, si eres propietario de una vivienda; el del vado, en caso de que ésta tenga garaje… las tasas que se abonan cada vez que se utiliza un servicio municipal… Por la cercanía, y por su tremenda “visibilidad” se hacen muy antipáticos, y son objeto de muchas críticas.
Pero no son más que la punta del iceberg de lo que pagamos. Y, no nos olvidemos, el sistema funciona así: para tener servicios públicos de calidad, hay que abonar primero los impuestos que los hagan posible. La ecuación es perfecta, y seguramente todos tragaríamos mejor esta píldora si supiéramos ,de manera fehaciente, que todos pagan. Aquí, tal vez más que en ningún otro asunto, las bolsas de fraude son tremendamente desincentivadoras.