Al borde del año que termina, pronto asistiremos con la ceremonia de las uvas, las campanadas, los petardos, el espumoso y la ropa interior roja a la experiencia (psicológica) de ingresar en un tiempo nuevo con todas sus jornadas por estrenar.
Año nuevo, vida nueva, reza desiderativamente una frase resobada y navideña. Han transcurrido 365 días desde la última nochevieja y se nos dice (y así lo creemos) que ha concluido un periplo de tiempo y que de inmediato comenzará otro que acabará el mismo día, a la misma hora.“La pescadilla que se muerde la cola” era la expresión de andar por casa que mi tío Celedonio (del griego Χελιδόνιος, de χελιδών, “golondrina”) empleaba para hablar sobre la ciclicidad del tiempo y de las cosas -incluidos los problemas- que se van y vuelven una y otra vez. Jamás escatimaba ocasión de subrayar que nochebuena, nochevieja y año nuevo -con
Casi se me salen los ojos de las órbitas, la nochevieja en la que tío Celedonio, obstinado en tener razón, se levantó de la mesa, abrió una enciclopedia y nos mostró la imagen del uróboro, un animal mítico y serpentiforme con la punta de su cola en la boca, igual que las pescadillas que tanto le gustaban. Nos explicó que era un símbolo trimilenario de los principios y finales que se alternan y suceden ad infinitum. Que la estructura circular del tiempo es una idea subyacente a la mayoría de culturas. Que la iteración pertinaz del principio y del fin entraña una re-novación recurrente del mundo, una repetición del acto cosmogónico, un eterno retorno que “anularmente” anula la historia. Permitidme en este punto —añadió jocoso— echar mano de tan oportuna cacofonía, pues da la casualidad de que annus (año) y annulus (anillo) comparten raíz y circularidad: el año es un anillo de tiempo—exclamó cuñadilmente orgulloso.
Andando los lustros, leí en su magnífica biblioteca El mito del eterno retorno, de Mircea Eliade y comprendí que la fecha de arranque del año (el inicio de giro del anillo) se fundamenta en la observación de los ritmos
Hoy, en Occidente, la serpiente se muerde la cola el 1 de enero, pero no siempre fue así. Tampoco lo fue, ni lo es, en otros lugares del orbe donde el año comienza en fechas distintas (el año nuevo hindú ocurre a mitad de noviembre; en Birmania, Camboya y Tailandia, el 14 de Abril y en Etiopía, el 11 de Septiembre) porque su tradición y/o cosmovisión es otra, o bien porque el inicio del año es móvil y el punto de giro del anillo de tiempo depende de la luna (calendario musulmán) o de una combinación lunisolar (calendario hebreo).
Otra prueba de la mutabilidad del año nuevo es que en España, a la altura de1600, este tenía lugar el 25 de diciembre. En otros espacios de la cristiandad, se estilaban fechas diversas (se llamaba “estilo” al sistema adoptado para su marcación litúrgica). Como ejemplo citaré el estilo francés o de Pascua que convertía al domingo de resurrección en el primer día del año, o al estilo florentino —de la Encarnación— que hacía coincidir el año nuevo con la anunciación de María. El estilo que ha llegado a nuestros días —1 de enero— es el de la Circuncisión, que según el