En teoría, los políticos ,viven de la fe ajena: pérdida la confianza, perdidas las elecciones. Es regla de oro, pero, como todas, admite excepciones. Un caso paradigmático es el del ciudadano ministro
Pedro Solbes.
Dijo hace seis meses que no había razones para hablar de crisis y añadió antes de ayer que no había conocida otra igual desde que tenía uso de razón. Más aún: ayer, en el Congreso, dijo que el Gobierno nunca había negado la crisis.
Nadie medianamente informado le compraría una predicción económica al señor Solbes, pero ahí sigue, nada menos que de ministro de Economía y vicepresidente del Gobierno. Ninguna empresa mantendría en su puesto de trabajo a un alto ejecutivo responsable de tan colosal yerro a la hora de avizorar la evolución del mercado y, en consecuencia, de las expectativas de negocio de la empresa.
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Pero, ya digo, ahí sigue: diciendo lo uno y lo contrario sin cortarse un pelo ni alterar el registro de la voz. El tono apacible de su hablar, unido al aire abacial de su figura le han convertido en el personaje entrañable que a nadie molesta y, quizá haya sido ése el secreto de su longevidad política. Ministro con
Felipe González, comisario europeo, otra vez ministro y vicepresidente ahora con
Zapatero.
Solbes ha sobrevivido a todos. Fuera de la política, estaría ya en el paro. Dentro del cogollo de iniciados no se apea del coche oficial. Está en el Gobierno y ahí seguirá por mucho que se diga estos días por Madrid que mediada la legislatura (2010) ,tras cumplir España con la Presidencia europea de turno, Zapatero le animará a jubilarse para dejar paso a
Miguel Sebastián. Hay rumores que se resisten a transformarse en noticia.