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Homenaje a dos grandes

Homenaje a dos grandes

jueves 25 de septiembre de 2008, 01:54h
El 11 de septiembre se cumplieron 35 años de la muerte de Allende en las trágicas circunstancias que todos conocemos. Doce días después, el 23 de septiembre, se conmemoraron los 35 años del fallecimiento de Pablo Neruda, en similar situación: su corazón no resistió la catástrofe que se desarrollaba en su entorno y la pena agudizó su cáncer.

Allende tuvo su homenaje en esa fecha una vez más con una marcha de santiaguinos muy concurrida por sus fieles seguidores, pero que – una vez más - terminó mal por obra y gracia de los exaltados de siempre que reclaman demandas insatisfechas de hace tres décadas, o de francotiradores de otro signo que fatalmente logran arruinar el happy end de esta actividad de reivindicación o recuerdo.  La reconstitución de su habitación-escritorio en el Palacio de La Moneda por la Presidenta Bachelet, lugar donde falleció el Presidente mártir, compensó el mal sabor de ese frustrado homenaje público.

No todo terminó mal este año. Otros chilenos rendimos a Salvador Allende un homenaje no planeado: con un trabajo silencioso y de hormiga logramos que ganara el polémico programa-concurso de Televisión Nacional “Grandes chilenos”. Triunfó en dura lid contra el marino Arturo Prat, también nuestro héroe nacional, pero uno tradicional, de otros tiempos y otras batallas, a quien – liberal como era - seguramente no le habría gustado verse favorecido por quienes lo votaron tan concertadamente.

La contienda era a través de Internet o con llamados telefónicos para alegría del canal y de la compañía auspiciadora. Un homenaje algo bastardo a Salvador Allende, porque detrás estaban el “rating” y las utilidades comerciales. Pero hace mucho que nuestros triunfos son escasos y no podemos regodearnos. Habría sido una nueva vergüenza que héroes locales lo desplazaran, como lo es que ninguna calle importante de la capital lleve su nombre y que el origen de la “11 de septiembre” no sea precisamente un homenaje a su muerte. Lo importante de este triunfo en un país autocensurado y traumado todavía por el trágico fin de su gobierno, fue dejar establecido a los ojos del mundo que somos muchos los que no olvidamos su obra truncada.

Pablo Neruda tuvo su homenaje principal en su casa de Isla Negra, pero los que estábamos en Santiago y llegamos a “La Chascona” ese día 23, pudimos hacerlo recorriendo esta hermosa casa a los pies del cerro San Cristóbal, llena de su afectos, o  asistir en el mismo lugar al acto conmemorativo por el cincuentenario de su obra “Estravagario”, con comentarios de los poetas Jaime Quezada, Eduardo Llanos  y Manuel Silva.
 
Esta casa-museo destrozada por el allanamiento implacable que sufrió hace 35 años,  y anegada por riachuelos que bajaron desenfrenados del cerro (quisiéramos creer que a lavar la afrenta), hoy está bien reconstruida y diariamente la visitan muchos turistas de distintos puntos del globo. Ni parecida a cómo quedó entonces. Matilde Urrutia, la dueña de casa de este nido de amor secreto (a quien Neruda apodaba “chascona” por sus voluminosos y revueltos cabellos), quiso que en ella  se lo velara, para que las personalidades que se atrevieron a llegar a honrarlo en esos días, observaran el desastre provocado por el odio y la maldad que sólo comenzaba por esos días, y lo contaran a los cuatro vientos. Desde aquí partió el cortejo fúnebre de cientos de chilenos que apuntados por fusiles y metralletas, quisimos, venciendo nuestros miedos, rendir un último homenaje al poeta, en lo que fue la primera protesta después del golpe.

Y mientras recorríamos las diversas habitaciones con sabor a barco y a mar, y escuchábamos las informaciones del guía sobre cada objeto precioso de esta casa-museo, reflexionábamos en la maravilla de mantener viva su memoria por boca de jóvenes que nunca conocieron al poeta, pero saben al dedillo su historia, su obra, y transmiten gozosos al turista anécdotas y pasajes trágicos y sabrosos de su vida. Este es un museo muy vivo.

En “La Chascona” se pueden ver el Premio Nobel de Literatura, último galardón del Poeta,  y obras de sus amigos Diego Rivera, Roberto Matta, Eduardo Carreño, Nemesio Antúnez, junto a mascarones de proa, lámparas de barco, pilares de ciprés, muebles de araucaria, Matrioshkas, botellas de todos colores. Al igual que en sus casas de Isla Negra y La Sebastiana en Valparaíso, las habitaciones conforman un laberinto a las que se accede por estrechas escaleras de caracol y puertas secretas a través de las cuales Neruda sorprendía a sus invitados apareciendo con disímiles disfraces de divertido anfitrión.

Ya es una tradición: con estos homenajes tristes y alegres, cada año cerramos el capítulo negro de nuestro septiembre y damos la bienvenida a la primavera.

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Lidia Baltra M.
Periodista
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