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En la actuación, con naturalidad venció a las normas del método interpretativo

Newman, representante por excelencia del deporte

Newman, representante por excelencia del deporte

lunes 29 de septiembre de 2008, 03:46h

Newman representante por excelencia del deporteLa carrera cinematográfica de Paul Newman, no sólo lo muestra como uno de los grandes, o de los más carismáticos, actores norteamericanos, sino como representante por excelencia de un carácter típico del deporte: el tenaz, individualista, heterodoxo, muchas veces marginal y finalmente fiable personaje que lucha en un ambiente hostil, generalmente solo. Newman terminó por aligerarse de tics. Y en la actuación, en su caso, la naturalidad venció a las normas del método interpretativo

En este capítulo, Paul Newman pertenece a la misma raza que Steve McQueen. No es casualidad que ambos fueran espíritus libres, participantes en la maquinaria comercial de Hollywood, pero nunca fagocitados por la industria. Digamos que representaban una vía alternativa al sistema. Una vía autónoma y humana.

Hay quienes discuten la calidad de Newman como actor, sobre todo en sus primeras películas, donde algunos de sus críticos observan una tendencia a la sobreactuación, favorecida por su temprana adscripción a lo que se conoció como El Método. Newman perteneció a la generación de actores que, a finales de los años 40 y durante la década siguiente, se empapó en el ideario de la escuela de Lee Strassberg y el famoso método Stanislavsky. La intensidad forzada y el exceso caracterizaron a muchos de los principales representantes de aquella generación, con Marlon Brando a la cabeza ("Brando es el prototipo de actor que siempre está por encima del personaje, por encima de la historia, por encima de la película", Fernando Trueba, Diccionario del cine, Ed. Planeta. Amén). Producto de aquella escuela, Newman se adjudicó pronto una peculiaridad que le puso a salvo de muchos desafueros. Era un actor que llenaba la pantalla y conectaba naturalmente con los espectadores. Caía simpático. El público estaba de su parte, fuera cual fuera su papel. Esa cualidad le significó una ventaja considerable sobre la mayor parte de los actores de los últimos 50 años, hasta convertirle en un gigante de la interpretación.

Newman terminó por aligerarse de tics. En su caso, la naturalidad venció a las normas del método interpretativo. Ese interés por acomodar las normas a su carácter, por discutirlas pero no violentarlas, por proclamar el valor de lo individual frente a los designios del sistema, es lo que distingue a Paul Newman. Todo ello con un compromiso social indiscutible, aunque no estridente. En una época de estrellas vanidosas y muy poco consistentes, Newman atravesó seis décadas con una reputación creciente como actor y como símbolo de integridad. Fue una voz noble y razonable en todas las causas que se asocian con la justicia social: la lucha contra la desigualdad, la segregación, la pobreza y el militarismo.

Siempre hubo una sensación de juego limpio en Paul Newman. Probablemente pocos actores habrán interpretado más papeles de tramposos, buscavidas y marginales. Y, sin embargo, en cada uno de ellos era difícil no ponerse de su parte. Pocos actores, quizá ninguno, ha disfrutado de su capacidad para transmitir confianza en el género humano. Se podría hablar de una especie de naturaleza deportiva en Newman. De hecho, siempre proclamó su pasión por el deporte, hasta el extremo de convertirse en uno de los personajes más característicos del mundo del automovilismo en los Estados Unidos, tanto en su condición de piloto como en su trayectoria como propietario de escudería. Esa pasión jamás le abandonó. Conoció los circuitos norteamericanos y los europeos –fue segundo en las 24 horas de LeMans en 1979- y estiró más allá de lo prudente su carrera como piloto. Con 70 años formó parte del equipo que ganó las 24 horas de Daytona.

"Siempre supe que estaba más dotado para pilotar que para cualquier otra cosa en la vida", confesó poco después de participar en la película 500 millas, en 1969. Tanto Newman como McQueen parecían hechos para el mundo de la velocidad. Les gustaba tanto competir como sentirse hombres libres. Los desafíos del deporte les servían como válvula de escape, desafíos que figuran en la filmografía de Newman desde el comienzo de su carrera. Muy pronto, en 1956, dio cuerpo al protagonista de Marcado por el odio, película que recorre la vida del gran boxeador Rocky Graziano, uno de los grandes pesos medios de la historia. Fue un éxito instantáneo y convirtió a Paul Newman en uno de los actores más prometedores de Hollywood. Era guapo, tenía tirón y no esquivaba papeles difíciles, o tortuosos, como su interpretación de Brick, el ex jugador de fútbol americano que esconde, bañado en alcohol, su condición gay frente a Elizabeth Taylor en La gata sobre el tejado de zinc, basada en la popular obra de Tennessee Williams. Pero fue su actuación en The hustler (El buscavidas) la que significó su definitiva consagración. Dirigida por Robert Rossen en 1960, la película muestra a tres personajes inolvidables: Fast Eddie Felson (Paul Newman), un jugador de billar curtido en los bajos fondos que amenaza la hegemonía de El gordo de Minnesota, interpretado magistralmente por Jackie Gleason, en medio de una tormentosa relación con la alcohólica y tullida Sarah Packard ( Piper Laurie) y un agente sin escrúpulos, Bert Gordon (George C.Scott).

La película figura como un clásico del cine. Como tantas veces en sus mejores películas, Paul Newman tiene que pagar en El buscavidas un enorme precio por sus borrascosos desafíos. En este caso, es el suicidio de su amante. El triunfo moral, a través de derrotas personales, está en la esencia de los personajes de Paul Newman. En La leyenda del indomable, donde interpreta maravillosamente a Cool Hand Luke, es el rebelde de una prisión sureña que se niega a aceptar el cruel y corrupto sistema carcelario. O en Ausencia de malicia o en Veredicto final, una de las mejores películas de los últimos 30 años, donde Paul Newman y James Mason protagonizan un duelo sublime que retrata las alcantarillas del sistema judicial y de su utilización por los poderosos. En todas ellas, o en sus grandes éxitos comerciales, como El golpe, Dos hombes y un destino o El color del dinero – el corolario a El buscavidas que Martin Scorsese diseñó para homologar a Tom Cruise como un actor respetable-, Paul Newman camina por el filo de la navaja entre las reglas sociales de la moral. En un caso es un jugador de ventaja, decididamente tramposo, pero capaz de distinguir claramente entre el bien y el mal. No es un personaje muy diferente del bandido que emprende una aventura contra las convenciones en Dos hombres y un destino o el viejo billarista que observa su pasado a través del impetuoso Tom Cruise en El color del dinero.

Tanto en el drama como en la comedia, por ejemplo en El estacazo, el delirante retrato de la violencia en los márgenes de la NHL (Liga de Hockey sobre hielo), Paul Newman transmite la credibilidad última en el hombre. Lo hace mejor que nadie porque es Paul Newman y la gente le cree, le quiere, confía en él. El público sabe que es un actor y un hombre de una pieza, de los que llenan la pantalla inmediatamente y ganan siempre por puro carisma. Así fue su carrera y ése será el legado que deja Newman.

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