El nuevo sucre

La semana pasada, los presidentes de Venezuela y Ecuador se reunieron en Puyo para evaluar el avance de algunos proyectos conjuntos. Como es su costumbre, ambos mandatarios aprovecharon la ocasión para opinar sobre temas ajenos a la agenda. Más allá de su esperada crítica al capitalismo y a Estados Unidos, a causa de la actual crisis financiera, Hugo Chávez expuso una idea que nos debería poner los pelos de punta: que es momento de crear una moneda regional, cuyo nombre, según él mismo propuso, podría ser el sucre.

Dada la influencia que el presidente venezolano ha tenido sobre su par ecuatoriano a lo largo de estos primeros 22 meses de régimen correísta, no sería de extrañarse que, pese a sus promesas de mantener la dolarización, el presidente Correa acoja la propuesta y lleve al Ecuador a una aventura que provocaría consecuencias nefastas para nuestra economía.

Este pesimismo se debe, en primer lugar, a que los únicos países que adoptarían este nuevo sucre serían aquellos con regímenes afines al venezolano: Ecuador, Bolivia, Nicaragua, tal vez Paraguay.
 
 

Resulta difícil imaginar que Chile, Colombia, Perú, Brasil, Uruguay, e incluso Argentina, estuvieran dispuestos a permitir que Chávez y sus allegados, que han mostrado deficientes resultados económicos durante sus respectivas gestiones (habría que exceptuar a Fernando Lugo, que asumió su cargo hace poco) tuvieran alguna ingerencia sobre su política monetaria y cambiaria.

Consecuentemente, el nuevo sucre estaría administrado por una suerte de banco central “bolivariano”, cuyos directores, podemos suponer, serían muy propensos a la emisión irresponsable de moneda.

Si esta peligrosa idea de una moneda común empieza a consolidarse, habría que recordarle al presidente Correa que, en la actualidad, Venezuela (que tendría un enorme peso en el manejo del nuevo sucre) presenta una inflación anual de 36% (Bolivia y Nicaragua también presentan elevadas inflaciones) y que, en el mercado negro, la cotización del bolívar está muy por debajo del tipo de cambio oficial. Aparte de esto, ni los más acérrimos defensores del socialismo del siglo XXI cambiarían sus pocos o muchos dólares por nuevos sucres. ¿O sí?

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