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De Rusia a España

jueves 04 de diciembre de 2008, 13:48h
La semana pasada denunciaba en otro artículo que en España todavía quedaban  focos políticos que mostraban alguna actitud de recelo  o incluso de inquina hacia el  gran país eslavo, lo que habría disparado artificialmente las alarmas ante la posible entrada de Lukoil en el accionariado de Repsol-IPF. Este movimiento, activado desde el partido popular, se nutre de dos factores relevantes: uno, el presumir que SACYR cuenta con las bendiciones y el apoyo del gobierno socialista, lo que de ser verdad y aún no siéndolo, proporciona un nuevo objetivo para zurrar al gobierno  sumándolo al amplio campo ofrecido por la sinuosa política para contener la crisis económica; el otro es tocar la españolidad de la petrolera Repsol, despertando así nuevamente los fervores patrióticos que levantaron la torpe negociación de algunos Estatutos, especialmente el de Cataluña, y la negociación con ETA. Comprobado que no se rompe España y que se está arrinconando a la banda terrorista, hay que buscar nuevas argucias más o menos creíbles para mantener la tensión. Es el juego político, aunque no sea el más elegante.

Como también juego político, más bien sucio, es el rechazo  del partido popular al fondo aprestado por el gobierno para financiar nuevas obras municipales que permitan la creación de varios cientos de miles de puestos de trabajo temporales. Una cosa es que se insista en que las distintas medidas para paliar la crisis económica aprobadas por el gobierno de Rodríguez Zapatero son inconexas o insuficientes, pero muy distinto es negar toda eficacia a esta inyección de recursos en las menguadas economías municipales. Es más: tanto esta medida como las ayudas a la industria automovilística componen, una vez apuntalada o garantizada la situación de las entidades financieras, las dos actuaciones más directas y eficaces para detener la pérdida de empleo.

Pero a la vista de las reacciones, tanto de la confianza de los consumidores como de las bolsas de valores, se hace necesario afianzar la confianza en la recuperación y eliminar algunos puntos conflictivos en la situación de las grandes empresas españolas. Una vez reorientada la participación de la rusa Lukoil, aun no materializada, emerge la crisis soterrada en Endesa, sembrada desde un principio por la rara operación instrumentada  para desplazar a E.ON de la primera eléctrica española. La posibilidad de que ENEL se haga con el 92 por ciento del capital, no parece alarmar a nadie, salvo a los escasos accionistas minoritarios. Sin embargo, el reforzamiento del control de la italiana junto con la creación que promueve de una nueva y poderosa empresa de energías renovables, echa más incertidumbre sobre el  futuro del sector energético español afectado de movimientos de dominio que podrían reproducir situaciones que han erosionado gravemente la economía de otros países. Aquí, afortunadamente, solo ha afectado a empresas relacionadas con la promoción inmobiliaria.

El crecimiento del desempleo, el frenazo en los ingresos por servicios, la segura reducción de ingresos tributarios, el aumento de la morosidad, la contracción del consumo, la pérdida de competitividad son solo algunos de las grandes problemas a los que se enfrenta el gobierno y la sociedad. Hacer uso torticero o simplemente interesado de algunos episodios de la  mala situación económica, no ayuda a superarlos. Sin negar que el gobierno tiene una responsabilidad clara por desconocer, primero, y manejar mal la crisis, después, parece que hay un consenso universal en que la culpa de la crisis mundial la tiene una reprobable gestión corporativa de algunas grandes empresas y la pasividad y a veces la complicidad de organismo reguladores y de algunos gobiernos. Arremeter contra una u otra operación o medida concreta es querer matar moscas a cañonazos.                                                                              
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