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La cola o la vida

La administración de Doña Manolita en Gran Vía 31
La administración de Doña Manolita en Gran Vía 31 (Foto: Agencias)
domingo 07 de diciembre de 2008, 16:56h

En 1904, a sus 25 años, una –según dicen- bellísima mujer llamada Manolita abrió una Administración de Loterías en la calle San Bernardo de Madrid. La denominó Doña Manolita. En 1931 la traspasó al número 31 de la calle Gran Vía de Madrid, donde al parecer acudían estudiantes, pintores e intelectuales a comprar, dialogar o simplemente curiosear en los aledaños del lugar. Hoy, y desde finales de noviembre hasta el 22 de diciembre unas inacabables colas copan la acera impar de la Gran Vía entre la Red de San Luis y la plaza del Callao, sin importar que llueva o haga un frío de todos los diablos, para buscar la suerte del Gordo de Navidad que tanta alegría y dinero han dado desde la década de los 30 del siglo pasado. Unas colas que sorprenden a propios y extraños porque siendo interminables la suerte le toca sólo a uno.

Hoy también, y sólo hoy, 7 de diciembre, otra cola infinita copa el entorno del Congreso de los Diputados de la nación, en una llamada Jornada de Puertas Abiertas para todos aquellos españoles que quieran visitar el hemiciclo, coincidiendo con el 30 aniversario de la Constitución Española. Las colas para celebrarlo y poder conocer el lugar donde los políticos debaten los asuntos del país llegan hasta la plaza de Neptuno o dan la vuelta a la calle Fernán Flor.

En los dos casos los ciudadanos persiguen desaforadamente –nunca mejor dicho- la suerte: la suerte de que en la Lotería de Navidad les toque un dinero en Doña Manolita, y la suerte de que gracias a aquella Constitución aprobada en 1978 les toque no solamente el gordo de la libertad y la democracia consagradas en aquel texto histórico, sino también la pedrea de la vivienda, el trabajo o simplemente la salud, a las que la Constitución de 1978 da derecho, sin discriminación alguna.

Los españoles parecemos estar en las manos de Doña Manolita o de Don José Bono, nombres ambos que suenan bien, son eufónicos, deberían de traer por sí solos la buena suerte. La buena suerte a la hora de ir al Registro Civil, a la Dirección General de Tráfico, a la Comisaría de Policía para legalizar los Documentos de Identidad y Pasaportes, y a todos aquellos lugares o instituciones donde los españoles no tenemos más remedio que hacer cola. Aunque no todas las colas son iguales, porque hay colas lúdicas y colas tristes. Entre las primeras podrían figurar las del fútbol, las plazas de toros (para ver a un torero o escuchar a una banda de rock), las discotecas, los baretos de los sábados o las rebajas de enero en los grandes almacenes.

Recientemente han sido sonadas las colas nocturnas para el lanzamiento del iPhone 3G o las del Pocero bueno en Fuenlabrada para conseguir un piso barato. En todas ellas la gente no sufre nada, disfruta incluso y se cuentan chistes aunque tengan que pasar toda la noche en blanco. Luego están las otras: las del ambulatorio, las de los bancos, las del ayuntamiento, y por encima de todas las del INEM, las colas más tristes de la España del éxodo y el llanto. La del INEM es la cola que se lleva la medalla de oro de la tristeza y la desesperanza. Y a veces la del humor negro, como puede llevarse la del Servicio Valenciano de Empleo -Servef- donde la picaresca ha llevado a sus puertas a revendedores de números de espera en la cola por el módico precio de 20 euros.

IU presentó recientemente en el Congreso una propuesta para acabar con las colas del INEM. Los cientos de españoles que hacen cola hoy en el Congreso para entrar al hemiciclo ya no tienen como valedores a Bono y a Doña Manolita. Ahora se les ha colado el rey Gaspar (Llamazares) por la Puerta de los Leones para que Kafka y los surrealistas pasen a segundo plano.

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