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¿Estamos locos o qué?

Michelle, la mano que mece la cuna

Michelle, la mano que mece la cuna

miércoles 21 de enero de 2009, 15:11h
Se ha terminado el reinado de la Pfeiffer. Sí, porque ahora dices Michelle y ya nadie piensa en la rubia, ya todo el mundo imagina a la primera dama del primer presidente negro de la primera potencia del mundo. Ahí es nada.
Ayer me tragué toda la investidura. Por muy frívola que yo sea hay cosas que, como periodista, no puedo pasar de largo. Y una de ellas es la llegada de un nuevo inquilino a la Casa Blanca. A mí esta pareja me seduce bastante y lo ha hecho de manera gradual y progresiva. Eso sí, fue ver un vídeo de Barack Hussein bailando y caer rendidamente enamorada a sus pies. A mí siempre me han gustado los hombres que saben bailar. Muchas entrevistas y declaraciones de la pareja entonces candidata terminaron por convertirme en fan absoluta de ambos. Pero, he de confesar, que Michelle me gusta más.

Me da a mí que esta mujer no se cree nada y que pasa por la vida divisando todo a través de las cortinas de la ventana de su cocina mientras prepara una salsa de arándanos. Creo (y espero) que la Casa Blanca no va a cambiarla demasiado (algo es inevitable). Para empezar le ha pedido a su madre que se coja los bártulos y se traslade una temporada a vivir con ellos. Y en esa actitud yo leo una mujer preocupada por encima de todo por su estabilidad familiar a la que la presidencia le parece muy bien pero que el horario de los baños de las niñas, sus deberes y su cena, por favor que no se lo toquen.

De todas las imágenes que vi ayer de la investidura, la que más ansiosamente busqué fue la de ella. Vi una mujer enamorada y satisfecha que protege, aúpa y anima a su marido pero sin el acaramelamiento hollywodiense tan del gusto de los americanos ñoños. La vi tranquila, más que su marido. Y eso no tiene que ser fácil. Hay que disponer de un aplomo más gélido que la temperatura de ayer del distrito federal para poder aguantar semejante envite.

De su ropa diré que cumplió las expectativas que se esperan de una primera dama: no llamó más la atención que ella y fue discreta a la par que elegante. Por la noche ya no me parece que acertara tanto con el traje porque parecía más una novia recién desposada que otra cosa. Pero tampoco nos vamos a poner escrupulosos con ella. En cualquier caso, haga lo que haga y se vista como se vista siempre tendrá alguien dispuesta a criticarla. Le pasa lo mismo que a doña Letizia, con la salvedad de que a ésta le pasará toda la vida y a la primera, como mucho, ocho años.

¿Y qué me dicen de las niñas? ¿Iban o no iban monas? Pues seguro que fue ella quién las vistió y peinó. Y me juego lo que sea a que anoche, después de todos los fastos, Michelle las envió a hacer los deberes antes de cepillarse los dientes y acostarse. Me la imagino exactamente así. Y metiéndose en la cama por la noche mientras se echa crema en los codos y le dice a su marido: “Sí, bueno, ha estado bien, pero vamos a dormir que mañana hay que madrugar”.

Lo cierto es que, como yo me creo a pies juntillas lo de que la mano que mece la cuna, es la mano que gobierna el mundo, desde ayer duermo más tranquila sabiendo que la mujer que comparte cama con el hombre más poderoso del mundo es una mujer normal que no va a permitir que lo extraordinario de su vida a partir de ahora enturbie la vida familiar ni el sentido común que hasta ahora parece que ha gobernado en esa familia.
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