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Buscando refugio en Shakespeare

Buscando refugio en Shakespeare

jueves 29 de enero de 2009, 00:14h
La economía se está yendo al carajo. Y uno descubre que hay pocas cosas que no se devalúan. Una de ellas es la literatura, en general, y otra, la poesía, en particular. Pobre consuelo, claro, cuando tus fondos de pensión perdieron un cuarto o más de su valor en un año. Y no hay nadie que se haga responsable del robo. A lo más te explican que hubo quienes inventaron los paquetes de bonos “derivativos”, que terminaron como títulos tóxicos, y tu vejez a la larga va a ser bastante más miserable que la de los creativos, con togas de doctorado, que se forraron los bolsillos con tu dinero.

En fin… Mejor no hacerse mala sangre, y buscar la compañía y el trato de los libros. Acabo de terminar una lectura que recomiendo con entusiasmo: “Shakespeare: El mundo es un escenario”, de Bill Bryson, un estadounidense afincado desde los 22 años en Gran Bretaña. Un volumen de no más de 200 páginas, que resume lo esencial que hay que saber en torno al viejo Will, quien, como se sabe, fue el más importante escritor de lengua inglesa de todos los tiempos.

Bryson, antes que nada, aclara que es mucho más lo que se ignora que lo que se conoce sobre el genio de Stratford-Upon-Avon. Con humor, distanciamiento y rigor histórico va develando, sin embargo, uno tras otro, los mitos que se han tejido en torno a este ilustre personaje. Y retrata con pocas pero certeras pinceladas la era isabelina, telón de fondo de la existencia del gran bardo.

Veamos algunos de ellos.

1) ¿Prolífico o plagiario? Probablemente, las dos cosas a un tiempo. Para los hombres de su época, no existía el concepto de originalidad de la creación artística tal como lo entendemos hoy. “Parafraseando a George Bernard Shaw, Shakespeare era un gran contador de historias, aun cuando alguien las hubiese contado primero”, apunta Bryson. Que a la vez recuerda que así como Marlowe sacó su Doctor Fausto de una “Historia von D. Johann Fausten”, en alemán, y Dido, reina de Cartago proviene directamente de la Eneida de Virgilio, el Hamlet de Shakespeare fue precedido por un Hamlet de autor desconocido y perdido en la noche de los tiempos. Lo mismo ocurrió con El rey Lear, inspirado en un ignoto King Leir anterior. O Romeo y Julieta, el romance de los amantes de Verona, libremente inspirado en “The tragicall history of Romeus and Juliet”, de un tal Arthur Brooke, que la escribió en 1562 y luego murió ahogado. Así, suma y sigue…

2) ¿Famoso en vida o descubierto tras su muerte? Shakespeare, que fue actor y empresario teatral (aunque tal vez es más correcto decir que fue socio en emprendimientos en esta área), nació en 1564 y murió en 1616. Sorteó la peste, que mató a buena parte de sus compatriotas en esos duros tiempos, y esquivó las rencillas políticas que enfrentaron a católicos y protestantes. Como autor, conoció el éxito en vida, pero no fue ni con mucho el más popular de todos ellos mientras vivió, pues debió afrontar la dura competencia de brillantes dramaturgos como el propio Christopher Marlowe –que murió apuñalado en una riña en una taberna-, Ben Jonson, Francis Beaumont, John Fletcher y otros a los que frecuentó en Londres, con mayor o menor asiduidad. De hecho, si Shakespeare es hoy lo que es, es debido a que dos amigos suyos –hombres también de teatro-, John Heminges y Henry Condell, publican, siete años después de su muerte, y tras un arduo trabajo de recopilación, lo que se conoce como el “Primer Folio” (“Comedias, dramas históricos y tragedias de Mr. William Shakespeare”), la piedra de tope sobre la que se cimentó su fama.

3) ¿Mujeriego o homosexual? La obra que alcanzó mayor éxito y resonancia a nivel del público masivo de Shakespeare en vida no fue ninguna de sus piezas teatrales, sino un largo poema narrativo, de 1.194 versos de extensión, inspirado en las Metamorfosis, de Publio Ovidio Nasón. Su título: “Venus y Adonis”. Lo escribió poco antes de cumplir 29 años (recordemos, de paso, que se casó a los 18 con Anne Hathaway, con la que tuvo tres hijos y a la que abandonó, pero nunca de un modo definitivo, para ir en busca de un destino mejor en las tablas) y lo dedicó, con palabras que no desdeñan la lisonja, a Henry Wriothesley, tercer conde de Southhampton. En esos años (Cervantes hacía lo mismo en España), lo usual era que los artistas se pusieron bajo el amparo de algún poderoso, dedicándole su trabajo. Pero Will no ahorró adjetivos a la hora de encomiar a su presunto favorecedor. De hecho, en el soneto XX se refiere, con gran admiración, al “rostro de mujer, que la mano de la propia Naturaleza pintó”, haciendo alusión a este noble caballero que “apreciaba la compañía íntima -dice Bryson-, tanto de hombres como de mujeres”.

4) Por último, la gran broma, la jugada magistral de una suerte de Houdini de las letras. El hecho de que su obra sea tan grande y magnífica ha hecho que algunos eruditos y otros no tan conocedores, aunque sí audaces, hayan postulado, en distintos momentos, que no fue William Shakespeare el autor de todos estos textos que desnudan y revelan lo más profundo de la naturaleza humana. Se dice que, pese a haber tenido una buena educación formal, con profusión de lecturas clásicas, estos trabajos sólo pudieron surgir de la inventiva de hombres superiores. O, mejor aún, de un sindicato de notables que se escondió en las sombras detrás de su figura. El canon shakesperiano ha sido atribuido en diversas épocas, al filósofo Francis Bacon o al 17 conde de Oxford, Edward de Vere, según la teoría propugnada por J. Thomas Looney, cuyo apellido, como se sabe, significa “lunático” en inglés. Teoría con la que coquetearon en su tiempo el Premio Nobel británico John Gallsworthy, y el padre del sicoanálisis, Sigmund Freud. Este último incluso se atrevió a sostener la tesis de que Shakespeare era de origen francés y se llamaba, en realidad, Jacques Pierre (“un delirio interesante, pero absolutamente solitario”, según Bryson). Y siguen los nombres de Shakespeares alternativos, que van desde Sir Walter Raleigh, el conde de Derby, William Stanley, hasta una mujer, Mary Sidney, condesa de Pembroke.
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Carlos Monge Arístegui
Escritor y periodista
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