Nadal, campeonísimo y sublime sin interrupción

¡Qué suerte tener a Nadal! Qué privilegio para nuestro deporte patrio y para que los machadianos españolitos de a pie podamos presumir y enorgullecernos de él. Algo que nos resarcirá al menos moral y virtualmente en esta oscura etapa económica que sufrimos. Por fortuna, las alegrías de ‘Supernadal’ y otros grandes/grandes –pongamos que escribo de los Gasol, de Alonso, de la selección futbolera- son de las pocas cosas que nos ayudan a sobrellevar estos duros y sufridos tiempos.

Además, en el caso del manacorí, con la utopía de que cumple aquel sueño del poeta maldito Baudelaire de que “hay que ser sublime sin interrupción”. Y lo cumple en grado máximo, en las casi habituales victorias y en las casi imposibles derrotas. Porque, más allá de sus calidades tenísticas, Nadal se viste con otras de calado personal: la humildad, el sacrificio, el trabajo, el esfuerzo y la sencillez, todas ellas un ejemplo bastante inhabitual en muchos de los divos del deporte profesional. Y, sobre todo, en esa capacidad de entregarse a tope en cada pelota, de pelearla hasta el último aliento, de echarle toneladas de casta sin las cuales no habría llegado al trono.

Un trono en el que puede mantenerse, si no ‘per omnia saecula saeculorum’, casi casi. Porque a sus sólo 22 años, acumula, con el título ganado este domingo –el primero para un español- un total de seis del Grand Slam, pues se suma a los cuatro de Roland Garros y al de Wimbledon ya conquistados. A lo que añadir en su brillantísima hoja de servicios al tenis en general y al español en particular la medalla de oro olímpica y dos Copas Davis.¡Con sólo 22 años!, se insiste.

De ahí que Rafa Nadal sea un ejemplo único, el adalid de muchos compatriotas, el paladín del deporte que se refleja en la vida, el espejo en el que deberíamos mirarnos. No sólo ha sido, es y será por mucho tiempo sublime sin interrupción, no sólo. Nadal es el hermano, el hijo, el padre, el… que a todos nos gustaría tener. ¡Enhorabuena! Y ¡gracias!