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¿Nuclear?, pues a lo mejor, sí

viernes 09 de marzo de 2007, 03:14h

Al rebufo del calentamiento global, la preocupación de boquilla de todos los gobiernos occidentales, con o sin Protocolo de Kioto, (y el desprecio olímpico de Rusia y de China, que van a su bola), el presidente francés, Jacques Chirac ha puesto sobre el tapete, en la cumbre europea de ayer, una vuelta a la energía nuclear. En ello coincide con los ecologistas de Greenpeace, quienes, desde su heterodoxia, hace un par de meses que dicen lo mismo.

Las emisiones de anhídrido carbónico, el CO2 de todo titular pseudocientífico que se precie, crecen de forma exponencial. Es una carrera imparable, agravada por la dependencia que las industrias tienen de combustibles fósiles. El problema se remonta, no obstante a casi dos siglos atrás. La Revolución Industrial de principios del siglo XIX, con la introducción de las máquinas de vapor, aceleró un proceso que a nuestro sufrido planeta, que se rige por otros ciclos temporales, se tomaba su tiempo en asimilar. Las dos guerras mundiales no hicieron sino agravar aún más el problema. La destrucción bélica, además, fue un agente desencadenante del primer agujero en la capa de ozono. Luego, la aceleración de todo tipo de industrias y el desarrollo tecnológico acabaron conduciéndonos a la situación actual.

En el entreacto, a partir de los años 60 del pasado siglo, la construcción de centrales nucleares, con una tecnología y una seguridad que, al principio (recuérdense Three Miles Island en EE.UU. y Tchernobil en Ucrania), dejaban mucho que desear, motivó la aparición de los primeros movimientos ecologistas. “¿Nuclear? No, gracias”, fue algo más que una frase en un pin. Occidente empezó a verle las orejas al lobo. Y, esta vez, con razón.

Por desgracia, ni los Gobiernos ni las industrias occidentales están por la labor -deberían haberse puesto en marcha hace quince años como mínimo- en las energías renovables. Pero su obtención tampoco es tan inocua como parece a simple vista. Producir equipos fotovoltaicos o el bioetanol con destino a la automoción sigue siendo un proceso contaminante. Menos contaminante que otros, ciertamente, pero también representa el vertido a la atmósfera de una considerable cantidad de porquería.

Se trata ahora de elegir entre el peor -y más lento- de los males posibles. Porque ni a los más exacerbados ecologistas, a estas alturas de la Historia, les apetece vivir como en el siglo XVIII. Eso está claro.

Y lo del desarrollo sostenible está todavía en mantillas. Quizá habría que replantearse la vuelta a la fisión del átomo. Suena fatal, pero es la cruda realidad en la que vivimos. La nuclear sigue siendo una energía peligrosa, no tanto en su proceso de producción, como por la excesiva longevidad de sus peligrosos residuos sólidos. Pero aún y así, una central nuclear apenas deja emisiones de CO2  en la atmósfera. Puede alterar las condiciones de humedad, por el vapor de agua que libera desde sus torres de refrigeración e, incluso de temperatura, en su entorno más próximo, pero nunca será el estercolero gaseoso de una central térmica, aunque sea de ciclo combinado, vomitando bocanadas no ya de anhídrido carbónico, sino de sulfuroso y provocando lluvias ácidas a centenares de kilómetros.

Convendría, por tanto, empezar a reflexionar sobre ello. Sin pausas, cierto, pero con las prisas que nos marca el calentamiento global, aunque lo diga Al Gore.

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