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La conspiración que siempre existió

viernes 09 de marzo de 2007, 09:58h

Se cumplen años. Se cumplen años del mayor atentado en España con 191 víctimas mortales – 192 si se contabiliza al policía muerto en Leganés – y más de 1800 heridos. Pero, sin que por supuesto sean magnitudes comparables, se cumplen años también de uno de los errores políticos más enormes: el de José María Aznar, entonces presidente del Gobierno, por no aceptar los hechos e intentar de manera obscena prolongar la duda, hasta el domingo electoral, de si era ETA la autora de la masacre.

Fue un error hijo de la soberbia. Imaginemos por un momento el siguiente escenario. Acebes, ministro de Interior, va informando , a lo largo de la mañana del fatídico día y puntualmente al presidente, de lo que le indican los responsables policiales ( por cierto, parece que así fue) y que apunta a grupos islamistas. En esas horas, algunos miembros del PP, aconsejan a su jefe que actúe de otra manera. ¿Cómo? Entramos en el escenario planteado: Aznar convoca para esa misma tarde a todos lo grupos políticos en Moncloa con la intención de sacar una nota conjunta condenando el acto venga de dónde venga.

Ningún partido se puede negar a asistir y ninguno tampoco a suscribir una condena en esos términos. Todos los demócratas contra los asesinos y en apoyo de las víctimas. Muy probablemente, el PP, tres días después, hubiese ganado las elecciones. Pero no. Pudo más la soberbia de un hombre que el criterio solidario, generoso y…político. En lugar de convocatoria, manifestación y siembra de dudas sobre una autoría que ya se adivinaba y se daba por más que asegurada de grupos islamistas. Y a eso hay que sumar el desmentido de Otegui.

Pero solamente quedaban tres días para las elecciones y Aznar pensó que se trataba de que la duda durase justo ese tiempo. Ya habría tiempo después para decir que habían sido los “moros”. Vía móvil, y con el PSOE detrás según el PP, se convocan concentraciones en la sede del PP en la calle Génova de Madrid exigiendo saber la verdad. Ese momento marca el inicio de toda una pretendida conspiración, por parte del Gobierno, el PSOE y sus medios de comunicación afines para desviar la culpa a los grupos islamistas en lugar de los auténticos culpables: los etarras. Versión PP, claro.

Cuando eso se hace insostenible, se busca otra conspiración: la de los puntos negros de una trama que hace pensar que islamistas y etarras estaban juntos, de una manera u otra, en la preparación del atentado. Y cuando eso también se disuelve como un azucarillo, se denuncia la connivencia de funcionarios del Gobierno y del juez instructor para falsear pruebas. Fue la gran conspiración que nunca existió

Pero hubo otra que si tuvo lugar y que todavía está en marcha. La conspiración de parte de la dirección del PP, de ciertos medios de comunicación, de tertulianos y voceros radiofónicos para minar la acción del Gobierno y de los jueces al precio que fuere cuando estos no marchaban por la senda previamente marcada. Se puede entender que un periódico o un periodista investigue todos los puntos oscuros que considere. Es más, resulta hasta saludable. Pero que la dirección de un partido apoye dudas falaces y las utilice como instrumentos político, es otro cantar. O que un vocero radiofónico arengue a sus masas contra el Gobierno de una manera tan maliciosa como falsa y obscena, es también otra cosa que no tiene justificación y si es merecedora de calificativos de más grueso calibre que el buen gusto permite. Entran de lleno en una práctica que los convierte en terroristas políticos y radiofónicos, si se entiende el terrorismo como la acción de aterrorizar para sacar ventaja de terceros. Porque se aterroriza con bombas, pero también con los hechos, las amenazas, las distorsiones y, en definitiva, la palabra.

Y eso se ha hecho desde diferentes tribunas. Esa fue la conspiración que si que existió y que aún se mantiene, retorciendo las cosas hasta posiciones inverosímiles o colocando en el mismo nivel las manifestaciones de presuntos y no tan presuntos criminales, con las de las instituciones. Entre tanto, entre el estupor y la ira, los familiares de las víctimas del 11 de marzo han presenciado con serenidad a veces incomprensible y siempre loable, esta ceremonia de la confusión que intereses electoralistas del PP y sus cómplices iniciaron entonces y todavía mantienen. Existió y existe una conspiración, pero no la que tanto se ha aireado. Existió y existe el terrorismo político y radiofónico. Llamemos, de una vez, las cosas por su nombre.

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