Robert Mugabe se ha convertido en uno de esos gobernantes que son la vergüenza del mundo y en uno de los que ha propiciado que algunos países africanos, pese a sus riquezas naturales, se encuentren entre los más miserables del mundo. No podemos felicitar al tirano de Zimbabwe por su 85 cumpleaños, que celebró con una fiesta hortera y dispendiosa --¡ocho mil kilos de langosta, dos mil botellas de champan!—en su pueblo natal, a cincuenta kilómetros de Harare. El dictador de la ex Rhodesia sigue pretextando un difuso antiimperialismo contra los blancos para justificar su tiranía, para haber convertido a Zimbabue en el país más endeudado del mundo y a sus gentes en unas de las que menor esperanza de longevidad tiene en todo el planeta. Pero él, eso sí, ha soplado las ochenta y cinco velas de la inmensa tarta con la que se culminó la macrofiesta hortera.