Señora presidenta
viernes 03 de abril de 2009, 10:17h
Bien sabe Dios, o quien quiera que lo sepa o deba saberlo, que siempre me pareció una política de larguísimo recorrido: desde los tiempos del Ministerio, pasando por el mandato en el Senado. Bien sabe Dios o quien quiera que lo sepa o deba saberlo que, personalmente, siempre me ha importado una higa si opositaba o no a los más altos destinos y si, para eso, se metía en cruentas batallas internas con éste o aquél preboste o aspirante a lo mismo para conseguirlo; lo primero, al fin y al cabo, era una aspiración legítima y lo segundo, sencillamente, las reglas de juego. Hasta me parece que forma parte del guión intentar tener el máximo predicamento sobre la cuarta institución financiera de país: es cierto que me gustaría que las cosas fueran de otra manera, en vista de la que nos está cayendo encima a todos (bueno, a unos más que a otros, como siempre) pero es lo que hay y los demás hubieran hecho lo mismo, que en esto del poder, o ganas o pierdes y no hay término medio; y, por lo demás, ¿porqué habrían de hacerlo mejor los profesionales de la cosa bancaria si se les deja sueltecitos y a su aire, visto lo visto?
Pero lo que me cuesta comprender es porqué sigue manteniendo a su alrededor tanto personajillo menor: gentes que tienen que dimitir o hay que cesar (aunque solo un poco); gentes que hacen lo mismo que otros hicieron aunque éstos aprovecharan para cepillarse unos cuantos ciervos, jabalíes o lo que fueran, y luego tratan de explicar lo inexplicable, o sea, insultando la inteligencia del más bobo del lugar; gentes que manejaron dossieres o los protagonizaron y que cualquiera que ande por estos pagos de la letra impresa conoce de sobra y debió colocar a la derecha del excusado más de una vez para darles alguna utilidad práctica.
Han pasado tantas cosas en los últimos meses que ya va a ser difícil recomponer una imagen deteriorada, salvo que se sea gallego, y no es el caso. Es una lástima, porque no estamos sobrados de políticos con fundamento y con presencia en el corazón de la gente. Lástima, porque ni siquiera al Oeste del Pecos hay pistolero que desenfunde rápido, por más que gaste patillas al estilo tejano.