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Apuntes desde la Sala. El día del operador número 1

Apuntes desde la Sala. El día del operador número 1

lunes 19 de marzo de 2007, 20:28h

Es lunes, poco después de las 10 de la mañana, y cuando toma asiento el testigo 36 llamado por la fiscalía hay numerosos claros entre los asientos del público y algunos entre las sillas azules de las tres filas de letrados. Como todos los días Pilar Manjón toma asiento en el mismo sitio, justo delante del último pupitre de los letrados de la primera fila, el que ocupa el letrado Murcia, precisamente quien ejerce la acusación particular por la AVT, con la que esta víctima y otras muchas tienen muy serias diferencias. Pero cada uno a lo suyo, la señora Manjón pendiente del monitor de su ordenador portátil y el letrado con la vista puesta hacia la presidencia, al menos 20 o 25 metros más adelante, donde el Tribunal escucha el testimonio del testigo, el subinspector de los TEDAX, que logró desactivar la cuarta mochila que no estalló en los trenes.

Su voz es firme y su tono suficiente. Este hombre, funcionario de policía 64.501, tiene el honor de haber conseguido, el 12 de marzo de 2004, desmontar pieza a pieza la única bolsa explosiva que ha llegado entera hasta la policía, procedente de los vagones calcinados de la estación de “El Pozo”. Sus compañeros que actuaron sobre las otras tres solo lograron que estallaran, sin peligro para nadie, pero tan inútiles para la investigación como las otras que habían causado las 191 muertes.

Al relatarlo ante el Tribunal no se ahorra valoraciones sobre lo que tenía entre manos: “la pieza clave de los atentados”, dijo sin ser para ello preguntado. Pero si sus palabras sonaron algo altivas lo cierto es que su minuto de gloria en la Casa de Campo, con media  justicia española pendiente de su testimonio, se compadecía con una actuación que muy pocos hombres serían capaces de realizar en este país aunque estuvieran tuvieran conocimientos técnicos para ello y entraran en directo en televisión, en todas las cadenas y en prime time. Algo que solo admiramos cuando lo vemos en el cine en pelis tipo la saga de “Misión Imposible”.

Primero, recordó, metió las manos en aquella maldita bolsa de deportes azul, luego cortó dos cables que salían de un teléfono móvil y se enroscaban hasta llegar a un detonador y posteriormente aisló el teléfono móvil y extrajo el detonador. Después introdujo los dedos en una masa explosiva de 10 kilos de peso que contenía, como si fueran tropezones, más de medio kilo de tornillos y clavos, “su textura era gelatinosa, su olor característico porque todas las dinamitas huelen prácticamente igual...”

El subinspector de policía, el denominado técnicamente “Operador número uno” de explosivos en aquella providencial desactivación, acababa de dar los titulares del día. Aquella bomba de Vallecas, explicó, era absolutamente diferente de la que él y sus compañeros habían visto hasta entonces y “no se correspondía con las que utilizan otros grupos terroristas autóctonos” en España y sí con las que saben que utilizan, por información que les llega del exterior, “otros grupos en Oriente Medio”. O sea, que de ETA, para nada.

CHAPUZAS. También aprendimos que las bolsas que no vomitaron su carga de muerte acabaron siendo inofensivas porque alguno de aquellos asesinos era un chapuzas en el manejo de los explosivos: no encintó, para aislarlos, los cables por lo que al activarse la alarma de los teléfonos móviles se produjo un cortocicuito y la corriente no llegó al detonador. Nunca sabremos cuantas vidas se salvaron por aquel fallo de principiante que impidió la explosión, según el relato del “Operador número uno”. Pero aquel asesino manazas, sin quererlo, había salvado vidas gracias a su ineptitud.

TIQUISMIQUIS. Y a veces es tanta la gente que sigue esta Vista que no ve más allá de lo consignado en los 93.000 folios y pico del sumario 20/2004 que nos perdemos todos en el mínimo detalle y no valoramos lo evidente. Uno de los defensores que más trabajo tiene en este juicio, sus clientes son Jamal Zougam y Basel Ghalyoun, se puso tiquismiquis con el testigo sobre la desactivación, que si le valieron o no las radiografías previas, que si el móvil del artefacto estaba encendido o apagado, que si temía que saltara la alarma... Y entonces el presidente Javier Gómez Bermúdez, sin auxiliarse de cita alguna al Código Penal ni de la ley de Enjuiciamiento Civil, cortó el interrogatorio y se lo dijo a la pata la llana: “!El testigo le está diciendo que arriesgó su vida para desactivar la bomba!” Por esta vez el “Operador número uno” no apostilló nada de su cosecha y se mantuvo en silencio. Pero casi seguro que el pensamiento que tendría en esos momentos no se distanciaría mucho de la frase que había repetido tantas veces durante la mañana a preguntas de la fiscal, acusaciones y defensas: ¡”Sí, afirmativo!”

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