Somos los más altos, los más...

Aquí, en los madriles, lo decimos sacando pecho: hace apenas unas horas, con profusión de fuegos artificiales, se dio cima al edificio más alto de España, que se llamará Torre Espacio, albergará a tres mil personas trabajando y generará atascos de tráfico verdaderamente históricos, lo que también nos permitirá ingresar en el libro Guinness de los records, que no está mal. Un total de 236 metros verticales de cemento, cristal, quizá también algo de ladrillo y materiales nobles, 57 plantas, 27 ascensores, un costo no concretado de miles de millones de las antiguas pesetas…

En fin, todo a lo grande, casi como en Nueva York, meta inalcanzable. Así de orgulloso y preelectoral se mostraba el edil madrileño y candidato a lo mismo en el acto de colocación de la bandera en el tope del rascacielos, que, chincha, rabia, desbanca a no sé qué hotel de Benidorm, que era, hasta ahora, el gigantón entre los gigantes, altius, fortius, pero quizá no tan citius. Porque estos gritos de hormigón hacia las nubes no son demasiado sabios, aunque bastante sabios sean quienes los impulsan, quienes corrigen las recalificaciones del terreno de una antigua ciudad deportiva y quienes, como es el caso, logran cerrar durante dos años una de las arterias del Paseo de la Castellana, nada menos, para que estos dedos enormes en el espacio, visibles casi desde toda la Comunidad de Madrid, se hermanen con ángeles y aviones.

Y los de acá abajo, a hacer un poco más de cola con el coche, con tortícolis y envidia de quienes suben tan alto, tanto, en la vida.