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El 'invierno del descontento' de ZP

El "invierno del descontento" de ZP

miércoles 06 de mayo de 2009, 08:19h
Hace nada menos que tres décadas, cumplidas este 4 de mayo, del primer triunfo electoral de Margaret Thatcher, victoria que, tras el que se denominó muy expresivamente como “el invierno del descontento”, convertía a la combativa liberal conservadora en la primera mujer que alcanzaba la presidencia del gobierno del Reino Unido. Pocos años antes, en mi añorada etapa de corresponsal en Londres, había tenido la experiencia de conocer en directo, en un acto en la Constituency de Chelsea del partido conservador, a sugerencia por cierto de un admirado compañero, también corresponsal en Londres por aquellos años, a la combativa joven política que, con un inédito discurso contra la invasión intervencionista y reguladora del Estado, había despertado el espíritu de independencia de las clases medias e incluso de sectores de las clases trabajadoras, para exigir a los viejos políticos que sacaran de una vez las manos de la economía y liberasen la potencia regeneradora de la libertad de mercado.

Nunca he olvidado cómo, al escuchar el encendido discurso de la entonces joven Maggie Thatcher, se trasfiguraban los rostros de aquellos pocos centenares de buenos y apacibles burgueses y cómo volvía a lucir en sus ojos, rayados de lágrimas de emoción, la esperanza de que era posible salir del largo período de declive económico y derrotismo en el que –fruto de una economía invadida por el Estado, casi la más socializada del mundo fuera del ámbito comunista– se había hundido el viejo gran portaviones británico después de la II Guerra Mundial. Era el resultado de un sector público tan gigantesco como ineficiente, de una presión fiscal punto menos que confiscatoria y de unos mercados asfixiados por la intervención del Estado.

En el invierno del descontento, el de 1978 a 1979, llegó a describirse el Reino Unido como un auténtico enfermo de Europa, un país sumido en el derrotismo y el declive económico, hasta el punto de que en 1976 el gobierno Callaghan tuvo que pedir al FMI –por vez primera lo hacía un miembro de la OCDE– un préstamo para evitar la bancarrota. En 1978, llegado el “invierno del descontento”, con la economía hundida en la estanflación, las Trade Unions, convertidas en un poder casi autónomo, desarrollaron una estrategia de huelgas salvajes y conflictos en las calles.     

Todo cambió como de la noche al día, como de las más tenebrosas simas a las luces de esperanza, a partir de aquel 4 de mayo de 1979 en que la combativa Maggie Thatcher obtuvo el triunfo electoral para su discurso de liberación de las fuerzas de la sociedad y reducción del poder del Estado a sus márgenes propios. Derrotado por el discurso liberal el raro consenso estatista de laboristas y viejos conservadores, Margaret Thatcher inició un cambio radical, una auténtica ruptura con los errores recientes y restableció el orgullo nacional de los británicos para un proyecto de libre mercado, disciplina monetaria, austeridad presupuestaria y privatizaciones. Al mismo tiempo, renovó los viejos valores victorianos de las clases medias británicas para resucitar, despertándoles de la anestesia estatista, la energía creadora y las potencialidades de los ciudadanos.

Con audacia y determinación, Margaret Thatcher proclamó que los individuos no necesitan la tutela del Gobierno para conseguir sus fines, sino un marco institucional que cree las circunstancias adecuadas para que la gente emplee sus recursos en la persecución de los fines que desee, lo que obviamente supone reducir y limitar las funciones del Estado. Es lo que denominó, con expresión que haría fortuna, un “gobierno limitado”, capaz de abrir espacios de acción a la libertad individual y social. Era sin duda una tarea ingente para un país que había sido atrapado en la tela de araña de un Estado invasor.

Es importante subrayar que el referente doctrinal de Margaret Thatcher no fue el conservadurismo sino que hizo, de la enorme estructura social del partido conservador, un instrumento para abrir puertas al liberalismo renovado por personalidades tan brillantes como Hayek y Friedman.

Con toda evidencia no era tarea fácil la de sacar al viejo león inglés de las simas en que había sido hundido por el estatismo laborista: había que salir de la estanflación y al mismo tiempo sentar las bases de un modelo socio-económico de libre mercado. Por ello, Thatcher centró la política de su gobierno en proporcionar un entorno de estabilidad, esto es, de inflación baja y presupuesto equilibrado. Al mismo tiempo, las reformas fiscales y laborales, la eliminación de los controles de precios, de salarios y de capitales, las privatizaciones y la liberalización de los mercados debían promover el crecimiento y la generación de empleo. Toda una revolución, porque, al final del final, se trataba de volver absolutamente del revés la línea de actuación tanto de los gobiernos laboristas como de los conservadores desde el fin de la II Guerra Mundial.

Fueron nada menos que once años de coherencia y convicciones, con los que Margaret Thatcher, “la Dama de Hierro”, quiso y consiguió que el Reino Unido saltara de “enfermo de Europa” a convertirse en una de las economías más dinámicas y competitivas del mundo. A finales de su mandato, el presupuesto tenía un superávit del 0,9 por 100 del PIB, el tipo máximo del IRPF se había reducido del 98 por 100 al 40 por 100 y el de las sociedades del 52 por 100 al 33 por 100, mientras la tasa de paro se situaba en el 6 por 100, la inflación en el 5 por 100 y el PIB per cápita había aumentado un 35 por 100 desde 1979. Es toda la elocuencia de un ciclo expansivo que duraría más de veinte años.

Fue tan intenso el consenso cívico de los británicos en torno a estas reformas, que no sólo proporcionaron cuatro victorias consecutivas a su partido y consagraron el desplazamiento de los conservadores británicos desde el estatismo al liberalismo –ahí quedan la reforma de las pensiones y la introducción de la competencia en la sanidad pública, en los años de John Major–, sino que su influencia cruzó la frontera entre los partidos, hasta el punto de que el New Labour de Tony Blair mantuvo aquellas reformas y con ellas, tres triunfos electorales y un largo período de crecimiento económico del Reino Unido. Margaret Thatcher había demostrado que las ideas liberales –las Soluciones Liberales, por usar el expresivo título de una revista española de pensamiento liberal de los años noventa, próxima a reaparecer con el ánimo de traer algo de luz a estos tiempos de tinieblas– son capaces de cambiar las cosas a mejor, lección por cierto que debieran aprender los políticos y partidos de centro-derecha que parecen atemorizados por la presión constante de los intervencionistas de cualquier color, hasta el punto de parecer a veces limitados a proponer algo menos, pero de lo mismo, esto es, intervención o en imagen suavizada, más regulación.

Me vienen a la memoria algunas expresivas frases de aquellas con las que Margaret Thatcher consiguió despertar los mejores valores del viejo león inglés adormecido y enfermo de estatismo: “El Reino Unido y el socialismo no son lo mismo. Mi visión es que el hombre tiene derecho a trabajar como él quiera y gastar como él quiera lo que genere con su esfuerzo y disponer de sus propiedades, porque la esencia de un país libre es que los ciudadanos tengan al Estado como sirviente, no como amo”. Así resucitó la grandeza de Inglaterra, una Inglaterra de los ciudadanos. Como puede resucitarse cualquier país, con la vieja e insuperada receta que tanto odian los intervencionistas de cualquier color: más Mercado y menos Estado.

Me parecen oportunas estas reflexiones cuando, tres décadas después, y mientras el clima proclama el triunfo de la primavera, se ve venir el “Invierno del Descontento” de Rodríguez Zapatero: la tasa de paro más alta de la OCDE y de nuestros registros estadísticos, el empobrecimiento de las clases medias y la crisis fiscal del Estado con un acelerado crecimiento no financiable del déficit público. El problema es que por estos pagos –la tierra de Caín del poeta– no hay, que se vea, una Margaret Thatcher, o su equivalente varón, capaz de pronunciar el discurso liberal con firmes convicciones y llevarlo al triunfo en las urnas. Como en la Inglaterra enferma de los años anteriores a la Dama de Hierro, aquí y ahora la derecha sigue siendo intervencionista, Nos falta quién sea capaz de impulsar el cambio liberal.
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