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La gripe A y los cambios en nuestra vida diaria

La gripe A y los cambios en nuestra vida diaria

miércoles 08 de julio de 2009, 04:43h

Nuestros hijos, son sin duda alguna, el bien más preciado, pero… ¿Qué hacer con ellos durante estos días?

La abuela, la niñera, la tía, auxiliares incondicionales,  hoy valorados como nunca,  se encargan de los más pequeños. Luego vendrán los reproches: ¡Cuánto los malcriaron!

Cierto es que estas situaciones de emergencia no programadas dejan al descubierto las falencia que con el apuro diario no podemos ver, pero allí están  esperando la oportunidad de hacerse notar hasta sacudirnos.  Esa oportunidad es hoy.

En este mundo de urgencias y apuros, la televisión y los juegos electrónicos fueron avanzando sobre los espacios que antes eran propiedad de tiempos de recreación, caminatas, juegos de mesa e infinidad de actividades que se realizaban en familia y que fortalecían los vínculos, a partir del conocimiento mutuo.

Los adultos guardamos en nuestra memoria recuerdos más que placenteros al respecto: las tardes de otoño o primavera en el parque remontando aquel barrilete que nosotros mismos, bajo la dirección “técnica”  de nuestro padre, construimos. Aquel trabajo arquitectónico de caña y papeles de colores unidos cuidadosamente con pioles y engrudo, cobraba vida de la mano del viento, entonces algo mágico sucedía, con su cola ensortijada comenzaba a elevarse haciendo piruetas perforando el cielo para llegar al sol, el piolín marcaba el final de la aventura y entonces era tiempo de verlo regresar.

Los días de lluvia o frio intenso, la casa se transformaba en un inmenso espacio de recreación. Lotería, Ta Te Ti, Casita robada, Chin Chon, reunían a la familia alrededor de la mesa grande y las horas transcurrían entre el bullicio de ganadores y perdedores. Las Damas eran el paso previo al Ajedrez, juegos estos para los hermanos mayores, quienes con gestos de intelectuales pasaban horas desarrollando estrategias sobre el tablero donde reyes, caballos, torres y alfiles iban y venían intentando despojar al contrincante de su ejército de madera.

El invierno para las niñas era el tiempo de renovar el vestuario de las muñecas, trozos de tela, puntillas, botones, piedritas de colores, todo era útil para vestirlas de princesas, hadas, o señoritas. Las abuelas nos enseñaban a tejer largas bufandas, en ellas los colores se sucedían unos a otros transformándose en un arcoíris cálido que muchas veces servía de abrigo al abuelo o al papá, quienes mostrando un amor infinito por nosotras, las lucían sin ponerse colorados.
Cuando la imaginación de nuestros padres parecía agotada surgían las actividades más divertidas: mamá nos llevaba a las niñas a la cocina donde preparaba una enorme masa de puré de papas, harina, huevos, sal, una pizquita de nuez moscada y ya estaba todo listo, las manos limpias, un poco de masa a cada una y allí comenzaba la tarea: hacer los choricitos largos, cortarlos y pasarlos por el tenedor, uno a uno surgían los ñoquis que por entonces, no se comían sólo cada 29.

La bicicleta, los patines, la pelota, los días de sol.
Los libros de aventuras, dibujos y  charlas para las siestas de aquellos días de lluvia o mucho calor.

Las fotos familiares, a veces descoloridas por el tiempo, eran objetos  fascinantes para nosotros, también lo son para nuestros niños. Cada una guarda  un recuerdo especial, por qué entonces no compartirlo con ellos, permitiéndoles recrear el pasado familiar, que en definitiva nos es ni más ni menos que su propia historia.

Tal vez si somos capaces de reflotar algunas de estas cosas sorprenderemos a nuestros niños y tendremos la oportunidad de acercarnos a ellos sin necesitar de la tecnología, ni cables, ni pilas, ni espejos de colores, que empañando nuestras miradas imponen distancias entre nosotros. Nuestros juguetes y nuestros juegos son algo muy lejano a ellos, por lo tanto guardan todo el misterio que necesitamos para despertar su curiosidad.

Me dirán entonces qué hacer con las tareas de la escuela. Los niños no son tontos y cuando concretar un proyecto fascinante es la consecuencia de haber cumplido con sus “obligaciones”, no necesitan  de nuestro enojo, seguramente se  apurarán en hacerlo todo rápido y bien.

No temamos a estar con nuestros niños.  Este tiempo compartido será la mejor inversión que hagamos si lo aprovechamos para darle lo mejor de nosotros, aquello que nunca tendrá precio, aquello que ellos nos brindan a diario sin tapujos ni maquillajes, aquello que se sintetiza en tres palabras:  nuestro propio ser.

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