La conjura de los mediocres

No hace falta ser Ageo, Malaquías o cualquiera de los profetas menores, para predecir que las listas municipales van a estar nutridas por  un mayoritario porcentaje de mediocres. Si los caballeros las prefieran  rubias, los partidos políticos los prefieren obedientes, disciplinados, fieles y sin ningún espíritu crítico, es decir, grises.

Amen de los correspondientes mediocres masculinos, este año la novedad será que se incorporará un nutrido grupo de mediocres femeninas, sin que, en principio, acertemos a discernir, quién está por méritos propios, quién está por la composición del aparato genital.

La mal llamada discriminación positiva -bautizo tan esperpéntico como hablar de tortura positiva, asesinato positivo o corrupción positiva- se ha impuesto sin que las voces de unas pocas mujeres inteligentes y seguras de su propia valía se hayan hecho escuchar, con lo que la sombra de la sospecha se alarga para las mediocres, las inútiles, las capaces y las excelentes.

Tampoco hace falta ser Ezequiel, Isaías o cualquiera de los profetas mayores para augurar que jamás los partidos políticos promoverán las listas abiertas, que son las que nos permitirían a los ciudadanos elegir, no hombres y mujeres, sino los candidatos que considerásemos más idóneos, independientemente de si son los más pelotas o cuál es su sexo. Pero esa breva jamás caerá, porque las listas cerradas son las que permiten la dictadura interna a unas instituciones, los partidos, que representan la democracia en el exterior.

Las listas abiertas tienen el peligro de que se cuele algún cantamañanas populista, pero las listas cerradas son la oportunidad de los genuflexos, esos que jamás criticarán al jefe por muchas tonterías que haga, bien en una negociación, bien en una guerra contra una empresa privada. Incapaces de una mala contestación, ni de una idea propia, coparán los sillones de los ayuntamientos como demostración de que la conjura resulta tan indestructiva como inmutable.