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Zapatero se mueve entre una CEOE guerrera y unos sindicatos pacíficos

domingo 26 de julio de 2009, 12:04h
El presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, ha pasado de su talante sereno y amable y se ha enzarzado con el problema de la ruptura del diálogo social. Su ilusión, la de acordar con empresarios y sindicatos una serie de medidas útiles para detener el paro que no cesa y atender decentemente a los que más sufren en carne propia las consecuencias del desempleo, aquellos que están sin curro y sin ninguna ayuda para pasar este mal trago, se ha quedado en casi nada.

Cuando hace un año se pusieron manos a la obra, azuzados por Zapatero, los datos indicaban que el futuro económico no deparaba alegrías; más bien, todo lo contrario, es decir, que el desempleo crecería y que el número de familias sin más ingresos que los provenientes de alguna que otra chapuza o de la solidaridad de sus parientes más queridos y cercanos alcanzaría cifras escalofriantes.

Representantes del Gobierno central, de los patronos y de los
 sindicatos se reunieron un buen número de veces y daba la sensación de que el acuerdo fruto del diálogo social estaba a punto de caer, como la fruta madura. Incluso, el propio Zapatero se reunió con todos los agentes sociales en más de una ocasión para dar el mensaje de que tenía todo controlado y solemnidad a lo que se estaba decidiendo.

Durante estos meses, sindicatos y empresarios dejaron caer sus pretensiones. UGT y CCOO exigieron ayudas para los parados sin nada y que un aguinaldo de 421 euros mensuales se extendiese a lo largo de doce meses, además de expresar un rechazo claro a la reforma laboral y a otras travesuras de la CEOE, que pidió para los suyos rebajas en las cotizaciones sociales  lo más amplias posibles y pagar menos impuestos.

Al final, todo se enredó porque la CEOE optó por representar el papel de actor guerrero, con actitudes pensadas en incomodar y molestar a los demás, entre ellos a Zapatero, que seguro que pensó que el jefe de los patronos españoles, Gerardo Díaz Ferrán, le había dado una noche bastante guerrera. Junto a esto, el debate sobre un documento de la CEOE en el que, al parecer,  se pide el despido libre y la indefensión jurídica de los despedidos. Los empresarios llaman mentiroso a Zapatero por extender algo que ellos no han puesto en el escrito enviado a La Moncloa.

Que los empresarios estarían encantados con el despido libre no es inventar nada nuevo y con pagar lo menos posible a la Hacienda Pública, tampoco sería un descubrimiento, y que luego sean ayudados, como la Santa Banca, cuando la crisis dibuja el horizonte, no es más que parte de los mandamientos de los dueños del dinero, las industrias y los negocios más rentables. Por eso es lógico que pidiesen mucho para intentar sacar algo y que se pusiesen guerreros.

Lo más difícil de entender es que los representantes de los trabajadores, también de los parados sin subsidio alguno, se hayan acomodado tan rápidamente en el sofá preparado por Zapatero para escenificar la gran firma. Tan comprensivos con todo lo propuesto por el Gobierno de España, achacando su actitud pacifica a la necesaria responsabilidad ante el momento tan delicado que se vive, y tan poco dispuestos a levantar la voz, no sólo contra la CEOE, sino también con la cortedad de las ayudas ofrecidas por Zapatero.

Si hubiesen exigido unas mensualidades más parecidas al SMI durante el tiempo que permanezcan los parados sin nada, quizá se podría haber conseguido más. El diálogo social, que debería ser un medio y no un fin en sí mismo, permanece, coyunturalmente, en el dique seco. Zapatero, igual que los suyos dicen que la CEOE ha sido mala por apoyar la estrategia del PP de desgastar al PSOE todo lo posible y necesario, puede verse envuelto en una nube de confusión en la que se perciba que los sindicatos no le han dado más caña por miedo a que el PP se vea favorecido por una situación dramática para más de de cuatro millones de españoles sin trabajo.

Eso nunca se sabrá porque Zapatero ha tenido que moverse entre empresarios guerreros y sindicatos pacíficos, dejando para otros tiempos la comprobación de cómo reaccionaría si cada agente social actuase siguiendo las demandas de sus defendidos, con independencia de que el presidente del Gobierno sea,
 supuestamente, de los suyos o de los contrarios. 
 
Nino Olmeda
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