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'No matarás'... a los inocentes

"No matarás"... a los inocentes

lunes 03 de agosto de 2009, 16:11h

Desde Aristóteles los conceptos, por definición, son incapaces de captar las realidades existenciales

La batalla contra y a favor del presunto carácter absoluto de los principios y valores continúa. "No puedes relativizarlos, porque los destruyes. Siempre podrás encontrar una justificación para matar". Y en cuanto uno pone cualquier ejemplo trivial (la defensa propia o cualquier otro) que muestre de manera contundente que no se trata de "encontrar" justificaciones para matar, sino de que ¡hay razones para matar! y que ellas pueden ser tan poderosas que tornen inmoral al no matar; en cuanto uno dice esto, la cara del interlocutor se llena de angustia.

En estos días, en uno de mis talleres y ante esa frase chocante de que pueden no sólo haber "razones para matar" sino ¡razones que te obliguen a matar!, una dama reaccionó airada: "yo creo firmemente en el no matarás, y creo que si uno relativiza los valores terminará en el 'vale todo'; perdone profe, pero yo estaría dispuesta a arriesgar mi vida, con tal de no tener que matar". Está bien señora, pero no me use esos hábiles recursos argumentativos: cuando no se trate simplemente de "arriesgar la vida" sino de morirse de verdad ¿se dejaría usted matar por mantenerse fiel a sus principios?

Porque si usted mi querida señora me dice que sí, que se dejaría matar con tal de no tener que matar, yo le diría: "y ¿qué tal si se trata de usted y de toda su familia?". Y si la respuesta es todavía dejarse matar junto con la familia yo le diría: ¿y qué tal si es la familia y 200 inocentes más? ¿Se percata usted de que la absolutización de los principios y valores puede ser tan criminal como su relativización? ¿Se da cuenta de que mantenerlos con firmeza o dignidad ¡puede llegar a ser idiota!?

Pero todas estas discusiones se quedaron cortas ante el debate que tuvimos estos días con dos amigos, muy queridos ambos. Porque los dos -ella y él- coincidieron en que el "no matarás" a secas, podía relativizarse, que todos mis argumentos acerca de la posibilidad de (tener que) matar tenían sentido cuando no se precisaban con exactitud los alcances de dicho principio o precepto, esto es, cuando no se lo definía con precisión. Que no se trataba simplemente de "no matar", sino de "no matar inocentes". Que en este caso, no había excepciones o justificaciones, que matar a un inocente era malo en cualquier caso. ¡Que se trataba precisamente de un absoluto, que no podía haber razones para matar a un ser puro!

Todos mis contraargumentos fueron inútiles: Pero ¿y si un inocente intenta matarte? "¡Eso querrá decir que no es ningún inocente y yo tendré derecho a matarlo!". Pero ¿te atreverás a negarme que un auténtico inocente -tal vez precisamente por serlo- puede ser engañado y llevado a matar? ¿Me negarás que un fanático religioso puede muy bien ser un inocente; puede estar obnubilado por sus creencias? ¿O puede simplemente estar equivocado? ¿Dejarás que un ser puro -engañado o equivocado- mate a tu familia? Fue inútil intentar convencerlos de que los valores (igual que los conceptos) son todos ellos -¡necesariamente!- definiciones abstractas con las cuales es absolutamente imposible enfrentarse a las realidades concretas. Porque éstas siempre podrán desbordar a aquéllos. Inútil insistirles en que el problema -moral- básico de Occidente es que desde Aristóteles los conceptos, por definición, son incapaces de captar las realidades existenciales individuales o fácticas, que más allá de todas estas especu- laciones teóricas -las de ellos y las mías- el verdadero problema son los escasos segundos que puedo tener para saber si el que va a matar a mi familia es un inocente o no.

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