www.diariocritico.com
Días de profundo dolor

Días de profundo dolor

martes 10 de abril de 2007, 07:46h

Otra vez la incomprensión se cobró una vida, la vida de un maestro, pero al fin una vida valiosa que se pierde sin justificativo alguno.

Este hecho, como muchos otros antes,  me llevó a la reflexión, mañana concurriré al encuentro de mis alumnos pero con el dolor de saber que habrá un grupo de alumnos esperando a su maestro en vano. Me pregunto entonces qué contestar a las posibles preguntas que me hagan y pensando en ellas descubro  los mismos interrogantes que me formulo cada vez que un hecho como este me sacude.

¿Por qué pasan estas cosas? ¿Qué razones poderosas nos llevan otra vez a ser involuntarios espectadores de  semejante barbarie?

Estas son algunas de las repuestas que encontré y que tal vez nos ayuden, al compartirlo con nuestros niños, a encontrar el camino del cambio.

Para nosotros Cristianos la vida es un regalo de Dios que debemos cuidar y multiplicar.
Es nuestro cuerpo un medio para que a través de nuestro hacer cotidiano reflejemos la pureza de nuestra alma y a través de ello demos testimonio de la presencia de Jesús en medio de nosotros.

En los sentidos Dios  nos puso las herramientas  para lograrlo:
 
• Los ojos para mirarnos unos a otros y reconocernos semejantes.
• Los oídos para poder escucharnos y saber de las necesidades de los otros.
• La boca para manifestar nuestros pensamientos y encontrar las soluciones a  los conflictos.
• Las  manos para dar y recibir.
• La inteligencia para encontrar la respuesta más sabia a nuestros interrogantes.
• El corazón para poner amor en todo lo que hagamos.

Cuando algunos de nuestros sentidos no está presente es otro el que ocupa su lugar y nos ayuda a reemplazarlo.

Cuando lo ojos no ven, son las manos y los oídos quienes los reemplazan.

Cuando los oídos no escuchan son los ojos improvisados oídos.

Cuando la boca no emite sonido, son las manos quienes nos ayudan a hablar.

Cuando no podemos tender nuestras manos es nuestro corazón el que se entrega al encuentro fraterno.

Cuando nuestro corazón se endurece seguramente obremos sin piedad ni misericordia.

Es nuestro hacer lo que nos trasciende, es nuestro modo de dar testimonio de nuestra presencia.

Por siglos la humanidad buscó comunicarse  y dejar su huella para que aquellos que los sucedan sepan de su paso por este mundo.

Todos, de alguna manera, buscamos dar testimonio de nuestra presencia.

Todos nos erigimos en defensores acérrimos de la verdad, de la justicia, de la paz, y en la búsqueda de estos valores desarrollamos nuestro hacer cotidiano.

Por qué entonces no podemos llegar a los acuerdos sin violencia.

A diario desde nuestro espacio de docentes, de maestros como me gusta decir, tratamos de hacerles ver a nuestros alumnos cuáles son los caminos que conducen a la Paz tantas veces enarbolada como estandarte que une a todos los hombres. Sabemos que estos caminos son simples, que se despliegan frente a nosotros invitándonos a recorrerlos,  pero se nos hacen intransitables cuando el egoísmo es nuestra  coraza, cuando creemos tener una verdad absoluta, una verdad sin oídos, sin ojos, sin corazón.

Cuántas veces les pedimos a nuestros niños que se escuchen, que se miren, que se respeten aún cuando crean no poder ser “amigos del alma”, pero son sin proponérselo compañeros de ruta, escribas de una parte de la historia del hombre.

Muchas veces somos nosotros los que pedimos tiempo para tranquilizarnos y poderlos escuchar mirándolos a los ojos sin el enojo que nos enceguece, que no impide encontrar juntos la verdad.

En muchas ocasiones vemos que la verdad es compartida, que en medio de una pelea entre dos, la verdad se partió  y cada uno posee una mitad, la mitad que le pertenece y que no puede complementar con la otra porque el enojo no se lo permite.

 La incomprensión, la intolerancia, la soberbia, en definitiva la falta de amor,  lleva a algunos hombres a obrar destruyendo a los otros sin preguntarse siquiera por qué, para qué, preguntas que de formulárselas seguramente darán respuestas que no quieren oír.

Que este hecho doloroso nos sirva para renovar las fuerzas que necesitamos a diario para continuar intentando esculpir en nuestros niños a Cristo

Juana Trovati
Escritora y Docente del Instituto San Román

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios