El Gran Abucheo

Quienes siguen asiduamente este periódico saben que no nos duelen prendas a la hora de criticar la actuación del Gobierno Zapatero en algunas parcelas, señaladamente la económica. Pensamos que ello nos concede cierta autoridad moral para censurar la pitada, más grande este año que otros, que recibió el presidente del Gobierno a su llegada a la tribuna para asistir al desfile militar con motivo del 12 de octubre. No es el día de la fiesta nacional, al que todos deberían querer dotar de grandeza, el momento más adecuado para expresarse partidistamente. Los redactores de Diariocrítico que cubrían informativamente el acto -pese a que se nos negó la acreditación para hacerlo- creen que los abucheos estaban perfectamente organizados en cuanto a su sincronización y localización, pero sería absurdo, o al menos arriesgado, atribuir la paternidad  a los aledaños del Partido Popular: hay muchos familiares de soldados molestos por muchas razones, entre ellas la muerte de un cabo en Afganistán porque los BMR de patrulla aún no han sido sustituídos, contra las promesas, por vehículos más seguros.

Ciertamente, no faltan motivos para la protesta ciudadana ante determinadas actitudes y desvaríos del Gobierno. Pero, insistimos, seguramente hay otros momentos y otros cauces para expresar una protesta que, de todas formas, se va plasmando ya en las encuestas, como alguna que los medios informativos publicaban este 12 de octubre. El día de la fiesta nacional era, es, debería ser, institucional. Pero es ya una tradición -a eso se agarraba Zapatero en sus declaraciones- abuchear al Gobierno en esta fecha. Una mala tradición, como reconoció el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, siempre presto a situarse en un papel institucional cuando le conviene. Seguramente, Mariano Rajoy perdió una buena oportunidad de unirse a las críticas de ‘su’ alcalde y quién sabe si futuro competidor por el liderazgo del Partido Popular.

Por lo demás, conviene preguntarse si un desfile militar por el centro de Madrid es la conmemoración más conveniente para lo que antaño se llamó el Día de la Hispanidad. Un desfile que incomoda a muchos -no digamos ya con el ‘estado de obras’ al que Ruiz Gallardón tiene sometida a la capital-, que resulta algo centralista y que deriva en una recepción real en la que faltan muchos, sobran algunos y a la que dan sonoro plantón otros. Seguramente hay maneras más integradoras, y menos costosas, de celebrar esta jornada festiva.