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¿Alguien piensa en CajaMadrid?

sábado 31 de octubre de 2009, 13:36h
En “lo de CajaMadrid” no sólo es grave la falta de seriedad y de responsabilidad con que compiten asombrosamente unos y otros políticos, sino que se está jugando nada menos que con la cuarta entidad financiera española y además en pleno tiempo de crisis y mientras los escándalos de corrupción se multiplican por toda la geografía española, izquierdas, derechas y hasta nacionalistas. La ciudadanía se pregunta cómo es posible que la política española haya podido degradarse tanto, hasta el punto de que se multiplican las voces que reclaman un movimiento regeneracionista, como una necesidad para la supervivencia misma de una democracia que pueda mirarse con respeto. Lo peor no es la guerra de poder de Ruiz-Gallardón contra su compañera de partido Esperanza Aguirre, sino que el alcalde haya elegido CajaMadrid como uno de los escenarios de ese conflicto interno del PP.

Cierto que Esperanza Aguirre disfruta de una extraordinaria popularidad entre sus electores de la Comunidad de Madrid, y cierto asimismo que Alberto Ruiz-Gallardón es el alcalde más impopular que se recuerda en la capital por el evidente deterioro de la ciudad, el faraonismo de obras que se multiplican por todas partes y las más de ellas sospechosamente innecesarias y que sólo acentúan las incomodidades de los madrileños, acostumbrados a un largo período de excelentes y honrados alcaldes, lo mismo de izquierdas como Tierno Galván, que centristas como Rodríguez Sahagún o de derechas como Álvarez del Manzano.

Lo de los últimos días está siendo un espectáculo manifiestamente mejorable, que tiene desconcertados a los electores del centroderecha y feliz a un Rodríguez Zapatero que se veía hace bien poco al borde del abismo. Pero quienes razonablemente están algo más que inquietos son los empleados y clientes de CajaMadrid. Muchos se preguntan si es posible que, una vez expresada la disponibilidad de Rodrigo Rato para presidir CajaMadrid, un nombramiento tan deseable pueda aparecer enzarzado en las disputas internas de poder del PP, entre Génova, Puerta del Sol y la sede faraónica que se ha instalado Ruiz-Gallardón en la plaza de Cibeles, mientras los madrileños ven su ciudad en el poco deseable podio de ser la más endeudada de Europa.

¿Y que hace Rajoy en una crisis límite de estas características? Pues no está claro. Aguirre insiste en llevar a ese puesto, tan financieramente crítico, a su brazo derecho político, Ignacio González, de escasa relación con el mundo financiero, aunque no menos que el asesor fiscal Miguel Blesa, todavía aferrado tenazmente a la presidencia de la entidad. Rajoy podría inclinarse por respaldar a Rodrigo Rato, quizá menos por querer que por la utilidad de situarle fuera de una eventual carrera por el liderazgo del PP, ante el creciente desánimo de sus militantes y electores, que no entienden la falta de pegada de la oposición en pleno visible hundimiento, interior y exterior y no sólo en lo económico, de Rodríguez Zapatero, en cuyas filas se suceden los abandonos de los dirigentes serios y de calidad. La pésima gestión de los escándalos de Valencia se ha unido a la visible ausencia de una oposición parlamentaria potente y bien estructurada, de manera que Rodríguez Zapatero sobrevive menos por méritos propios que por incapacidad de la actual dirección del PP para movilizar y encauzar el enorme descontento de la ciudadanía, no sólo de derechas.

El horizonte de la lucha por la presidencia de CajaMadrid tiene perfiles diabólicos, porque, si Esperanza Aguirre mueve bien sus fichas, no sería imposible que se colocara en condiciones de imponer el acceso a la presidencia de la entidad de su colaborador de confianza, Ignacio González, quizá uno de los políticos del PP con más pública y manifiesta aversión, probablemente recíproca, por parte de Mariano Rajoy. El triunfo de Esperanza Aguirre en CajaMadrid significaría, por tanto, abrir una nueva fase de la lucha por el liderazgo del PP, a lo que por cierto juega con toda evidencia, y escaso o nulo apoyo de las bases, Alberto Ruiz-Gallardón. En este escenario, Rodrigo Rato sería no sólo la mejor sino la única carta de Mariano Rajoy para cerrar el paso a Ignacio González. A menos que Esperanza reflexione, rectifique y ella misma promueva a Rato.

No son fáciles las decisiones que Rodrigo Rato –político experimentado, buen estratega y excelente conocedor de las motivaciones reales de sus diferentes compañeros de partido– deberá afrontar en los próximos días. Desde el punto de vista económico, su eventual acceso a la presidencia de CajaMadrid de ninguna manera le resulta necesario, ni siquiera ventajoso. Tampoco representaría una mejora de status, cuando es bien conocido que su estrecha sintonía con el poderoso presidente del Banco Santander, Emilio Botín, le abre un horizonte espléndido en el mundo financiero. Además, Rodrigo Rato es, ante todo, un político, un hombre que desde muy joven se preparó para el protagonismo político y que no habrá visto satisfecha su legítima ambición personal hasta que entre en La Moncloa como presidente del Gobierno de la nación, lo que por cierto sería muy bien recibido no sólo por todo el centroderecha español, sino también por los establishment burgueses de las diferentes Comunidades autónomas, incluyendo Catalunya y Euskadi.
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