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Acabó el debate de investidura

Montilla ya es el nuevo president de Cataluña...  y del segundo tripartito

Montilla ya es el nuevo president de Cataluña... y del segundo tripartito

viernes 24 de noviembre de 2006, 20:39h
Finaliza el debate de investidura. Llegó el momento de la votación. El candidato José Montilla, consiguió los 70 votos necesarios. Antes, el coro acude en auxilio y loor del triunfador. El partido matriz, la fuerza más nutrida de escaños del tripartito, el PSC, habló por boca de la presidencia de su grupo parlamentario, Manuela de Madre, única intérprete femenina de la jornada, dado que la famosa soprano que acabará en brazos del barítono Montilla, la presidencia de la Generalitat, es muda, aunque deseable y sólo sale al final.

La ex alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet, un poder fáctico dentro del PSC, manifestó, en nombre del grupo parlamentario del PSC se comprometió a dar apoyo al presidente, al gobierno. Y unió el pasado de Maragall con el presente y futuro de Montilla. Ambos, dijo, tienen el mismo modelo de Cataluña, pintada con diferentes colores, pero siendo la misma.

De ahí, para Manuela de Madre, que el proyecto sea la síntesis entre el catalanismo de antes y el catalanismo de ahora. Y, de paso, fidelidades personales obligan, reivindicó la figura y la obra de Maragall. Vino a decir que si no fuera por éste, las izquierdas plurales no hubiesen accedido al gobierno de la Generalitat.

Variaciones sobre el tema del programa, posibles oportunidades para el posterior lucimiento verbal del candidato. “Señor Montilla –dijo, dirigiéndose al candidato-- que el futuro gobierno tenga una actitud serena, rigurosa y tranquila, que es lo que la sociedad demanda”.  Y así, el coro monovocal, que no en vano es vicepresidenta de un partido que tiene en Maragall a su presidente, desgranó, con otro lenguaje, con otro aire, lo que había explicado por activa y de forma monocorde el candidato Montilla (hay que añadir primer secretario del PSC, y, por tanto, quien corta el bacalao en esa formación política).

Y, el candidato, tras mirar el reloj, renunció a contestar a su propio partido. Y llegó el tiempo de la votación. No hay suspense. Como se diría en la lengua del país, “tot són faves comptades”, habas contadas, pero 70, las suficientes para que el candidato tenga el respaldo de la mayoría absoluta. José Montilla Aguilera, el catalán de Iznájar (Córdoba), a las 18 horas y 51 minutos del 24 de noviembre de 2006, era investido como 128 presidente de la Generalitat de Cataluña.

En su breve discurso de aceptación, Montilla les felicitó por la serenidad del debate. Y se felicitó por la nueva etapa que comenzaba. Agradeció el voto de los diputados de la mayoría de progreso, y ofreció seriedad, firmeza y dedicación en el ejercicio del cargo. “Me siento plenamente identificado con la hoja de ruta trazada”, dijo. Para añadir de que será digno de la confianza parlamentaria, y que la emoción del acto es íntima, pero que se materializará en la energía para ejercer el cargo. Aplausos de los propios. Desbandada en los escaños. Felicitaciones de unos. Sonrisitas de conejo de otros.  Y cada uno a su quehacer.

El debate, pese a lo previsible, por cantados y contados, de sus resultados, no fue ni blanco, ni negro, ni gris. Las formaciones políticas favorables al candidato, y las contrarias a él, acudieron a cumplir con el ritual. Las unas y las otras había tenido tiempo de digerir los resultados de los comicios del 1 de noviembre.

Ni siquiera Artur Mas, el más agraviado por la aritmética parlamentaria, tuvo un mal gesto en su intervención. Dijo lo que pensaba. Lanzó las inevitables pullas. Anunció su intención de aceptar manos tendidas en los grandes temas del país, pero también su intención de estar vigilante frente al desgobierno. Y, suave en las formas, fuerte en los contenidos, soltó mil pestes sobre el tripartito, el pasado y el que ya es presente. Era su opción y estaba en su papel.

Como en su papel, de exquisita corrección, elegantes maneras y análisis sensatos, estuvo Josep Piqué. No quiso ser un convidado de piedra, aunque su formación, por supuesto, está a mil leguas del cuatripartito imperfecto (tripartito + CiU) que tiene el catalanismo en diversos grados, como seña identificativa. Y, en algunas cuestiones concretas, el líder del Partido Popular de Cataluña, merecería ser escuchado y consultado por José Montilla.

El debutante Albert Rivera, introdujo, desde las urnas, otra forma de ver la política en el Parlamento de Cataluña. Si llegó a pensarse que hacer la gran parte de su intervención en castellano iba a montar una escandalera de gestos y ruidos, se quedó con las ganas. Se le escuchó con atención y en silencio. El candidato Montilla le rebatió, siempre en catalán, con corrección. Y, frente al rechazo del identitarismo catalanista del joven Rivera, le presentó su propia contradicción, el identitarismo español. Ambos, el interpelante Rivera, el interpelado Montilla, acabaron tendiéndose mutuamente la mano.

De los signantes del pacto que permite un Govern d’entesa, cabe decir que todos estuvieron en su papel. Carod-Rovira, el supuestamente díscolo, el arrauxat (tradúzcase por venado o aventado), tiene recursos oratorios, sabe lo que dice y es coherente con su pensamiento. Y así estuvo en la, por otra parte, prevista intervención. Hizo hincapié en el catalanismo integrador (es una de sus convicciones más íntimas y siempre ha sido consecuente con ella) y en el aspecto social y de izquierdas.

Otro tanto Joan Saura, el ecosocialista, defensor a ultranza de la acción de gobierno del anterior tripartito. Y tuvo el coraje, dado su pensamiento y el de su formación, de asumir con naturalidad lo que será su nueva y difícil consejería, la de Interior. Para él, la seguridad forma parte del bienestar de los ciudadanos, puesto que garantiza sus derechos y sus libertades.

Que, por último, el candidato, ya presidente de la Generalitat. José Montilla no es la alegría de la huerta. Es soso de morirse. Pero es tozudo, tenaz y coherente. Tiene vocación de servicio. Conoce los riesgos que asume. Ni en la sesión del jueves ni en la de hoy demostró ser un Demóstenes. Recitó su papel programático con convicción, dado que es uno de sus autores, pero sin brillantez. No le hace falta. Supo sortear escollos dialécticos en su deficiente catalán. En ningún momento perdió los papeles. Y fue lo que prometió para su acción de gobierno: sereno, respetuoso y serio. También aburrido.

Finalizó la función. Montilla president.  Esta vez es el barítono quien sale del brazo de la soprano. Cae el telón. Pijoaparte, el personaje de Joan Marsé, un charnego, entra en los salones del Poder, para quedarse durante cuatro años. Algo ha cambiado en Cataluña.

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