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Periodismo emocional

domingo 29 de noviembre de 2009, 11:31h

Dejarse llevar por el corazón o alguna otra víscera, en periodismo y en política, no ayuda al rigor ni al acierto. Si, además, se hace desde el prejuicio, incluso bien intencionado, se contribuye al confusionismo y se alienta la crispación. Es lo que ha ocurrido estos días a propósito del discutido “editorial conjunto”, supuestamente a favor del Estatut y claramente en contra del Tribunal Constitucional, que ha de emitir sentencia sobre su constitucionalidad. Y ha ocurrido tanto en el lado de los favorables a este “editorial” como en el de los contrarios.  

Corazón y prejuicios son malos consejeros en periodismo y en política. Suelen cegar los ojos de la necesaria racionalidad. Una cosa es sensibilidad ante los problemas, otra es sensiblería o sentimentalismo. Una cosa es pluralidad de ideas y de planteamientos, y otra enroque en posturas partidistas o sectarias. En política estamos acostumbrados a esto; incluso, por su propia naturaleza, resulta difícil a veces distinguir entre política y partidismo.

Periodismo es otra cosa. La información busca la objetividad, la opinión se basa en el análisis desapasionado de los hechos. El periodismo emocional –dictado por los sentimientos o los prejuicios- es un falso periodismo. En el mejor de los casos es propaganda o política partidaria. Si se quiere defender una causa hay que hacerlo con rigor y honestidad, y si se quiere ir en contra también hay que proceder honestamente y rigurosamente.

Por mucho que se repita -aunque sea en varios diarios- que un Estatuto es constitucional, no lo será más de lo que es. Y por mucho que se clame que no lo es, lo será menos. Y por más que se intente desprestigiar y presionar o proteger y arropar al Alto Tribunal, que está legitimado para dirimir esta cuestión, su sentencia será legalmente menos inapelable –y acatable- aunque sea discutible. Sea lo que sea su decisión. Estas son las reglas de juego, aunque a algunos no nos gusten. La democracia no es cuestión de gustos, se concreta en el Estado de derecho. Y este ha de sustentarse en la racionalidad, no en las emociones y apriorismos.

Y las sentencias de los tribunales han de fundamentarse en los argumentos jurídicos, no en el número de periódicos que fotocopian una misma legítima tesis y en las adhesiones que reciban, ni en las también legítimas discrepancias, más o menos razonadas, y el griterío de quienes están en contra.

En torno a este “editorial conjunto”, que algunos medios y sectores están capitalizando más que otros, y cuya inspiración y gestación seria bueno aclarar, se está produciendo -en uno y otro lado- mucha política partidista, y demasiado periodismo emocional; es decir, mal periodismo
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