www.diariocritico.com
Invictus

Invictus

lunes 15 de febrero de 2010, 06:27h

Invictus es la más reciente película que ha dirigido y producido Clint Eastwood, quien a sus ochenta años se consolida como uno de los grandes de la historia del cine. La película sigue la línea trazada en Gran Torino, otro film excepcional en donde además actúa (ojalá que no por última vez, como el tono final de la película sugiere).

Invictus y Gran Torino tienen en común la reflexión sobre lo complicado, pero a la vez hermoso e indispensable, de construir relaciones humanas que trasciendan los prejuicios frente al “diferente”.

Con Invictus, una película basada en hechos reales, nos trasladamos a la Sudáfrica de los años noventa que sale del apartheid y en la que presenciamos la extraordinaria victoria del ya por entonces mítico Nelson Mandela.

La película cuenta la historia del equipo de rugby de Sudáfrica preparándose para participar del Mundial que tendría lugar en ese país. El equipo era casi exclusivamente blanco, porque los negros eran excluidos de su práctica, no les gustaba, ni lo entendían y preferían el futbol. En su etapa de preparación, los Springboks, como se le conoce a la selección sudafricana de ese impactante deporte (las escenas de los partidos son espectaculares) andaban tan mal que parecían el equipo de Chemo del Solar en la eliminatoria. Viendo un equipo a la deriva y cuestionado por todos, se abre una oportunidad para que los activistas negros, ahora en el poder con Mandela, traten de eliminar el nombre y los símbolos de un deporte que odiaban, con buenas razones, al asociarlo con la exclusión y opresión que habían vivido por parte de la pequeña minoría blanca que había dominado el país por siglos.

Mandela los convence (casi les impone) no hacerlo y se embarca más bien en una cruzada por legitimar a un equipo (cuyos miembros lo veían a él también con desconfianza y rechazo) ante el conjunto del país y a la vez estimularlo para que mejore y gane. Con el lema un equipo, un país (One team. One country) se la juega por ellos. La idea que él verbaliza a lo largo de esta magnífica y entretenida película es que había que reconciliar al país; que más allá de las barbaridades que a ellos les hicieron los blancos, había que crear una identidad nacional que unificara a todos, ahora bajo el liderazgo de las mayorías que habían obtenido democráticamente el poder y que esta era una oportunidad inigualable. (Qué diferente del nacionalismo de pacotilla, xenófobo y belicista que prima en tantos lugares).

Ahora bien, cuando veía la película se me hacía imposible no pensar en los años de la violencia en el Perú. A lo largo de ésta Mandela (Morgan Freeman, pintado para ese papel) hace constantes llamados para mirar hacia adelante, para no quedarse atrapados en el rencor, para perdonar las ofensas, etc. etc. Un mensaje aparentemente similar al que viene de determinados sectores de la sociedad peruana que cuestionan a los que luchan contra la impunidad de los crímenes de derechos humanos y piden voltear la página. Pero si uno reflexiona un poquito más, cae en la cuenta de diferencias sustanciales. Mientras acá lo que se busca son pactos bajo la mesa que permitan a los culpables esquivar sus sanciones (el “gravemente enfermo” Crousillat, comprando en Wong de Asia es el símbolo más visible); allá la propuesta venía de un hombre que encarnaba el sufrimiento de todo un pueblo víctima de la peor opresión (él mismo, como sabemos y se ve en la película, estuvo preso 30 años en una celda minúscula condenado a trabajos forzados). Es desde la altura de su condición de víctima (y vencedor) que le plantea a esa minoría, aterrada por la revancha que percibían venir, la necesidad de una reconciliación nacional. Hay un segundo elemento a considerar que es el cambio de actitud, forzada es cierto por la condena mundial al apartheid, que los hizo entender que tenían que abrir y democratizar su país. En resumen, una reconciliación que partía de la generosidad de las víctimas y del reconocimiento de las barbaridades cometidas por parte de las minorías blancas. (Por cierto, niveles de sanción también hubo, pero ese es otro tema).

Mandela no lo hacía sólo por altruismo. Estamos ante un político brillante que entendía que más allá de haber ganado las elecciones y tener una inmensa mayoría apoyándolo enfrentaba enormes problemas (un país muy debilitado económicamente, problemas de criminalidad creciente, etc.) y si polarizaba el país iba enajenarse a una minoría que, pese a serlo, seguía conservando un enorme poder fáctico y podía hacer inviable su gobierno. “Entonces es una maniobra política”, le dice su principal asesora cuando él hace ese análisis. “No -le contesta- es una maniobra humana”, en otras palabras una estrategia política, pero no de la pequeña política a la que estamos acostumbrados.

El Mundial de Rugby en 1995 que vemos en la película sólo pudo ser posible en Sudáfrica porque había acabado el apartheid. El Mundial de Fútbol del 2010, el primero de la historia que se hace en África (y otro más que nos perdemos), solamente puede ser posible porque Mandela sentó las bases de una verdadera nación; una que más allá de los difíciles problemas que enfrenta es tratada con respeto por el mundo.

 

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios