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Los discapacitados

martes 09 de marzo de 2010, 13:48h
Todo hombre es un pobre hombre. La vida (escribió Shakespeare) es “una historia de furor y ruido contada por un idiota”;  y de esa fragilidad viene la grandeza de los seres humanos. Afortunadamente, hemos sido fabricados con pasiones y con emociones, y no en una cadena de producción de automóviles en una factoría de Detroit, tal como parodiaba 'Charlot' en 'Tiempos modernos'. Nuestros tornillos tienen alma y nuestros huesos -en palabras de Quevedo- serán para siempre “polvo enamorado”.

Hoy, a sugerencia de un oyente de 'Protagonistas', dedicamos el programa a los discapacitados físicos y psíquicos, una colectividad que, según cifras oficiales, integra a 4 millones de españoles  (1 de cada 10), pero que, en realidad, acoge honrosamente a muchos más. Nadie es perfecto, y todos somos huérfanos de algo, y Homero 'el ciego' y la Venus de Milo sin  un brazo… o Francisco de Quevedo, que era cojo salvo cuando soñaba, o Miguel de Cervantes, que era manco salvo cuando escribía, forman parte de esa humanísima legión de las imperfecciones. La discapacidad fue, históricamente, una escuela de perfección y de humanidad. Los defectos son una buena pedagogía y hablamos de defectos por no hablar de virtudes. Cuando Jesucristo le ordenó a Lázaro, que se murió muy joven,  “¡levántate y anda!”, le estaba condenando a morirse otra vez: es el único personaje de la teología o de la mitología que se murió dos veces.  ¿Y qué decir de Federico García Lorca o de Miguel Hernández, a quienes la muerte se los llevó por delante cuando la sangre estallaba como una primavera?

Hoy, amigo discapacitado, español de la silla de ruedas o de la ceguera o de la sordera o de las muletas, este programa, 'Protagonistas', se dirige a ti. Y no lo hace por demagogia, sino porque nos lo habéis pedido, y aquí estamos. Un mundo sin fronteras también debe ser un mundo sin barreras. Un planeta sin pasaportes también debería ser un lugar amable para quienes tengan alguna dificultad en el andar o en el percibir. Una dificultad que muchas veces es sabiduría y es ver los toros desde la barrera, y es una oportunidad para la reflexión, para esa amable lentitud que produce la luz de la inteligencia.

Todos estamos en deuda con vosotros, con ustedes. Todos somos paralímpicos en la olimpiada de las ambiciones. Todos llevamos en el corazón una rama de olivo que se seca o un haz de luz que, en el fragor del sufrimiento, se engrandece. Nadie es más que nadie, y aquí estamos.


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