Medios y contenidos

Nuevamente los fantasmas de la regulación de los medios privados aparecen para caldear el ambiente político. No hay una sola declaración o decisión del Ejecutivo que sea tomada, por parte del viejo poder mediático, como facultad legítima de su misión de gobernar a través de la legislación de campos antes intocados y menos cuestionados. Para tal propósito enseguida fraccionan -del gran debate de la libertad de expresión- aspectos que solo conciernen al deber de los medios masivos: que los contenidos no rompan el estatuto básico de las audiencias, es decir, que se respete el derecho de la ciudadanía a recibir información fidedigna, sin sesgo, sin intereses velados.

Otra vez el coro mediático anuncia que la mordaza vuelve porque los medios deben rendir cuentas por los productos que ofrecen. En las bambalinas del debate por ellos planteado no aparece la calidad de sus productos sino que, con evidente astucia, llevan la rendición de cuentas al campo de las finanzas, de los impuestos, de la legalidad empresarial. Nunca ponen en duda la calidad de sus ‘obras’ informativas o de entretenimiento, ni cuestionan la influencia que las noticias, reportajes, juegos o personajes elegidos -para ilustrar un comportamiento social- produce en las audiencias; no existe para el poder mediático eso que la teoría de la comunicación eleva al campo de la psiquis colectiva y que es cada día moldeada por su cultura de masas.

Por eso el debate de los contenidos de los medios se vuelve ineludible. No para llevarlos a la parrilla de la censura sino para comprender mejor el alcance de la libertad de expresión que los ingenuos pretenden ‘regular’ a través del control remoto individual. ¿Se puede considerar justo que los medios puedan ofrecer cualquier bazofia y que toque a las audiencias, en un acto de libertad dudoso, recibirlas o no? La rendición de cuentas en una obligación completa.