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Lo que necesitan las cortes

Lo que necesitan las cortes

sábado 20 de marzo de 2010, 18:36h

Se ha abierto el debate sobre la conveniencia o no de celebrar plenos parlamentarios también en enero y julio, tiempo señalado por la Constitución como de vacación parlamentaria. Se trata, a mi juicio, de un debate ficticio y en el que algunos parecen querer esconderse tras un entretenimiento de demagogia para no dar la cara ante la opinión pública explicando la realidad del trabajo parlamentario.

Hablemos claro y claro se nos entenderá. La iniciativa consiste en reformar la Constitución para que las Cortes puedan celebrar plenos ordinarios en enero y julio como en el resto de los dos periodos de sesiones. Bien, la ciudadanía debe de saber, primero, que en esos dos meses se pueden celebrar tanto plenos extraordinarios como otro tipo de reuniones de trabajo parlamentario, algo que ocurre siempre –en este último enero, por ejemplo, ha habido seis reuniones-, segundo, que el Congreso una vez al mes y el Senado dos veces al mes no celebra plenos y, tercero, que en algún que otro jueves parlamentario en el Congreso la reunión dura ¡¡¡¡una hora!!!! Es evidente que, a la vista de estos datos, no es otra que doña demagogia la que preside esta pintoresca iniciativa para quedar bien ante la galería porque, si mi lógica humana no me pierde, creo que hay otros problemas de Estado que resolver tras una rigurosa reforma constitucional (por ejemplo hacer del Senado una verdadera Cámara de representación territorial), y si mis cuentas no me fallan, con ocupar todas esas semanas al año sin pleno y ocuparlas con más aprovechamiento, al Congreso y al Senado se les ensancharían mucho sus respectivas agendas.

Pero no nos quedemos ahí. Aprovechando el debate y puestos a elucubrar sobre la dinámica parlamentaria en nuestro país a día de hoy, digamos alguna cosa más. Hablémosle claro al país y contémosle cuáles son las reales necesidades del pilar institucional básico de nuestra democracia.

Lo primero que necesitan las Cortes, y a raudales, es racionalizar su actividad. Algo que se puede conseguir si:
a) Se planificara y ordenara el trabajo parlamentario de manera menos improvisada de cómo se hace en la actualidad.
b) El Pleno debatiera sobre los asuntos principales y generales de Estado, dejando en manos de las correspondientes Comisiones temas de menor peso político, muy especializados, o que no afectan a todo el territorio nacional.
c) Las sesiones plenarias fueran más vivas y menos rígidas de cómo lo son en la actualidad, en particular, la de control al Gobierno, necesariamente más actual y dinámica que lo es ahora, permitiendo incluso un debate continuado sobre temas “de última hora”. Siempre, claro está, un debate presidido por el respeto del silencio para algo tan elemental como es permitir al orador decir y a los demás enterarse de lo que dice.

d) Las Comisiones se reunieran más coordinadamente y con mayor periodicidad para atender las peticiones de los grupos parlamentarios (ahora algunas tardan meses y meses en ventilarse, perdiendo total actualidad los debates, y en ocasiones exigen el don de la ubicuidad del diputado/senador para atender reuniones distintas que coinciden en el tiempo).
e) Se organizara mejor el procedimiento legislativo para impedir debates estériles y repetitivos.

Lo segundo que necesitan las Cortes, en este caso el Congreso, es un sistema electoral proporcional mucho más proporcional del que tiene ahora, injusto como él solo a la hora de traducir votos en escaños. Y me ahorro mayores explicaciones cuando a estas alturas ya sabemos que puntuales reformas de la ley electoral haría que nuestro sistema ganara en justicia.
Lo tercero que necesitan las Cortes es contar con diputados y senadores dedicados en cuerpo y alma al mandato parlamentario, con un estatuto jurídico más exigente y transparente, y a los que se les dote de unas infraestructuras adecuadas para cumplir con sus tareas, sobre todo en la circunscripción (es patético ver al diputado/senador reunido en cafeterías y bares por falta de un sencillo despacho o sala de reuniones públicos). Respetados, también respetados en las formas, que el respeto a ellos es el respeto a los ciudadanos a los que representan (por ejemplo, ahora son el “último mono” protocolario, sobre todo en provincias, señal inequívoca del respeto que merece a las instituciones la más alta institución democrática del Estado).

Lo cuarto que necesitan las Cortes españolas es que órganos constitucionales que le sirven, como son el Tribunal de Cuentas y el Defensor del Pueblo, desarrollen su respectiva función en un tiempo razonable, cosa que ahora no ocurre (hay trabajos del Tribunal que llegan con años de retraso). Para ello se necesitan muchos más medios, una mejor organización interna de cada una de esas instituciones y una más lograda coordinación con la dirección parlamentaria.

Lo quinto que necesitan las Cortes es que sus órganos de gobierno gobiernen sin complejos y sin estar mirando de reojo a otros órganos del Estado, dando la centralidad política y jurídica a la institución que por diseño constitucional tienen concedida. 

Y sexto, finalmente y sobre todo, lo que necesitan las Cortes es dotarse de unas reglas de juego claras, modernas y precisas para poder trabajar con más lógica. Un nuevo reglamento parlamentario que haga posible esa racionalización de la que estamos hablando.

Bueno, pues para todo eso, para conseguir que nuestro parlamento cumpla con más eficacia con su excelsa y básica misión constitucional, no se necesita reforma constitucional alguna. Sólo se requiere una buena dosis de transformador y sano sentido común traducido en una firme voluntad política de cambiar la realidad a mejor. Podemos, pero realmente ¿queremos?

 

*Juan Luis Rascón. Diputado por Córdoba

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