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El show de la Ruber

El show de la Ruber

miércoles 02 de mayo de 2007, 20:17h
Unas semanas antes de que el nasciturus fuera Infanta de España ya estábamos todos allí. Había casi reventa para reservar sitio en la tribuna urbana. Aunque más parece uno de esos escenarios enormes que se instalan en las playas para los conciertos veraniegos. Toldo y fondo negros sobre un andamiaje de tubos metálicos. Pero aquí las tablas están a distintos niveles para que el bosque de trípodes que las pueblan, más de 100, soporten a las cámaras de las teles o de las revistas con su porción de foco suficiente para llenar las retinas de todo el mundo con la felicidad real. Porque aquí la escena y el espectáculo está enfrente del escenario, a 30 o 40 metros, en el final de un estrecho callejón en cuesta que llega hasta el vestíbulo principal de la clínica privada Ruber Internacional. Por esa virtual alfombra roja desfilan día y noche lo fundamental de la nobleza patria y parientes cercanos. Pero ascienden también decenas de pacientes de pago escrutados minuto a minuto por todos los diafragmas. Y si llegan en coche oscuro y de gran cilindrada entonces se monta el revuelo en el graderío y se cruzan apuestas a voces sobre el puesto que ocupa en el orden de sucesión al Trono el visitante. Aunque en la clínica Ruber el rango nobiliario de los pacientes lo suele dar el dinero. Como a ese grupo de ciudadanos de raza gitana que suben a pie, de tres en fondo,  la cuesta. Sin duda son de los de parné, que aquí una simple radiografía casi te sale más cara que lo que cobran todos los médicos y personal sanitario de la Seguridad Social que le practiquen una operación de apendicitis a un “veintiocho-barra”.

Son esos momentos en los que el personal del escenario nos disipamos en la guardia y en las tablas. Entre la maraña de cables y el laberinto que forman las escaleras de mano, aparecen abandonados botes de coca-cola, restos de bocadillos y un montón de vasos de plástico con posos de café. Los montones cada vez son más asfixiantes porque si bien son muchos los que hacen uso de los urinarios portátiles instalados para la ocasión a pocos les parece de utilidad, en cambio, el contenedor de basura que hay al lado.

Pasas del calor al frío y de la lluvia al viento. Algunas compañeras exageran sus maquillajes ante el devastador efecto de los cuarzos encendidos en los directos de las teles. Otros buscamos refugio en una corbata que de realce regio a la historia que debemos contar a nuestros teleespectadores, al fin y al cabo la más simple desde que el mundo es mundo, que una familia ha tenido un hijo. Y hay quien intenta convertir en empalagoso couché las pocas anécdotas del día. Y entonces resulta que la pequeña Infanta Leonor tiene mucho carácter porque le ha pegado un manotazo a su padre, el Príncipe Felipe, cuando éste le ha intentado apartar el flequillo de la frente en la misma puerta de la clínica. O se le atribuye a la niña mucho desparpajo ante las cámaras porque se ha soltado de la mano para intentar corretear hacia los periodistas cuando entre el jaleo, ha escuchado que la llamaban por su nombre desde más de 30 metros de distancia. ¿Es que nadie sabe que una criatura de 18 meses sana y bien cuidada hace lo que le da la real gana allá donde esté importándole ni poco ni mucho quien la observe?

Hay revuelo de micros y pértigas sobre la valla amarilla de seguridad que separa este escenario de la calle cada vez que se para un familiar de la infantita Sofía y nos cuenta como le va en sus primeras horas de vida. Cuando el puesto lo ocupa un político, que baja de la suite número 7 de la clínica, después de testimoniar su felicitación a la familia Real, surgen entonces los graciosos profesionales o los profesionales de esos programas televisivos de gracias.  Y le espetan a voz en cuello, para que les oiga el político pero también todos los que estamos allí, frases supuestamente graciosas como “!Gallardón!, que a ver si mandas café para todos los plumillas que estamos aquí”. A veces añaden enjundia política: “!Mariano! ( a Rajoy) ¿qué es esto? ¡Gallardón ha venido pegado a Zapatero y tu vienes solo!” Y con estas, el hombre vestido de negro y que no ha dejado de hacerse notar todo el santo día en el circo de la Ruber, se ha ganado el sueldo. Entretanto los que tienen que hacer crónica de “ambiente” ya han tomado declaración a todos los curiosos que se agolpan tras las vallas laterales: a los frikis; a los domingueros que se han venido con la cámara digital de bolsillo para emular a los reporteros del Hola; a los aprovechados que han confeccionado camisetas ad hoc para disfrutar de su minuto de gloria en unos planos de los talk show de las teles; o al señor abonado a todos los nacimientos reales, que se ha traído la guitarra para poner música a sus horribles e improvisados pareados monárquicos. Todos forman como una escolta lateral a las idas y venidas de empleados que traen canastillas con ropita y peluches de regalo para la nueva Infanta.

No fallamos ninguno. Así somos y estamos todos cada vez que la Princesa de Asturias o una hija de los Reyes traen un hijo al mundo. Verán como es igual a la próxima.
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