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Cuando las cañas se tornan lanzas

Cuando las cañas se tornan lanzas

jueves 25 de marzo de 2010, 17:50h

Cuando hace unos cuantos años irrumpió José Luis Rodríguez Zapatero en la arena política trajo consigo un discurso nuevo, vestido de cierta frescura. Lo trajo en un momento en el que la sociedad española estaba fragmentada por la guerra de Irak y convulsionada por el atentado del 11-M. Al margen de otras muchas consideraciones, lo cierto es que su discurso pacifista, de extensión de derechos, casi de un nuevo orden, caló en millones de ciudadanos y ganó las elecciones. Con un discurso no muy distinto logró revalidar su triunfo hace apenas un año.

Hace cuatro años y hace uno, el hoy presidente del Gobierno acertó en su estrategia, porque intuyó lo que la mayoría de los españoles quería oír: no habrá crisis, estamos mejor preparados que nadie, legalidad internacional y de guerras nada de nada. Además, transmitía juventud, extraordinaria fotogenia y hasta sus adversarios reconocían que era “un candidato muy potente”, que se tradujo en eso que se llamó el “efecto Zapatero”.

Eran tiempos en los que nuestro presidente podía exhibir las muchas cañas que tenía en sus manos. Tantas que podía pescar en todos los charcos y en todas picaban. No tenía manos bastantes para sujetarlas. Todas utilizó y con todas jugó con extraordinaria habilidad. Pero la política, como la vida, es imprevisible y resulta que el 11-M ha dejado al PSOE el escenario menos deseado. Se pierde el poder en Galicia y en el País Vasco, después de tanto juguetear con el PNV, viene Patxi López, con el apoyo del PP, y dice a los nacionalistas que les toca ir a la oposición. Zapatero calla y deja hacer, pero a nadie se le oculta que la llegada al poder de Patxi López es una moneda con su cara y su cruz y Zapatero comienza a cargar con ella, como se encarga de demostrar Josu Erkoreka.

Las cañas de antaño se han vuelto lanzas, entre otras razones porque si para ganar elecciones hay que decir lo que a la gente le gusta escuchar, para gobernar de verdad un país en más de una ocasión hay que estar dispuesto a decir lo que nadie quiere escuchar. Esto conlleva riesgos, pero aporta liderazgo y el presidente ha renunciado a ese liderazgo en la medida que pueda suponer alejarse de su discurso de candidato que es el que domina, en el que se encuentra cómodo. Ha utilizado todas las cañas, a todas ha cuidado y a todas les ha llevado a pescar a los caladeros más cómodos para ellas. Soltó tanto hilo que al final se llenó de nudos. Y así se han convertido en lanzas punzantes y contundentes y que sólo adquirirán flexibilidad a cambio de altos precios.

Llamazares pide giro a la izquierda, el BNG quiere recuperar espacio y los partidos catalanes tienen clara la ecuación: o financiación o nada. Y todo esto sin entrar en el asunto de Kosovo, que es más que llamativo, porque si algún asunto se hubiera podido gestionar con éxito y apoyo generalizado se ha convertido en el paradigma de la improvisación, la banalidad y la descoordinación. El error en la gestión de la retirada de tropas ha sido de tal calibre que el permanente recurso a la guerra de Irak ni lo acalla, ni lo disminuye. Al contrario, añade error sobre error. Y es que es un error que el presidente no haya renovado su discurso que ya suena a viejo porque viejo es el recurso al pasado.

A nuestro presidente le ha cambiado el gesto y sabe que camina sobre lanzas afiladas y algo tendrá que hacer si no quiere sucumbir al desgaste permanente, a la sórdida soledad de quien no es capaz de sacar cabeza. Una posible foto con Obama en el próximo encuentro de la Alianza de Civilizaciones no es más que una foto. Los que creemos que es necesaria una buena relación con Estado Unidos nos alegramos de que se produzca y nos alegraremos de que nuestro presidente sea bien recibido allá a donde vaya. Pero espejismos, los justos. Obama no va a ser una conjura contra las lanzas.

Hasta el momento, el Gobierno no ha perdido una votación. Sabe como actuar para evitarlo. Pero volvemos a lo de siempre: la política no es sólo cuestión de números y el presidente lo sabe, pero lo que parece no saber es cómo salir de esta situación que va a ser larga y dura. Sólo ha transcurrido un año desde que el Gobierno asumió sus funciones, pero sus gestos, sus discursos, se quedan trasnochados. La inmediata agenda internacional del presidente puede que proporcione un respiro, pero el Gobierno y el PSOE deben reflexionar sobre su situación, sobre la percepción ciudadana de lo que hacen y dicen y, sobre todo, asumir que poco o nada es lo que era y que las cañas, las que no le cabían en las manos, se han convertido en lanzas. Tres años en estas condiciones agota a cualquiera. Y al presidente, también.

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