Pervertir el interés ciudadano

El inicio del período de consultas populares para debatir el futuro de la Diagonal de Barcelona, que tendrá lugar el sábado 10 de mayo y que se prolongará hasta el viernes día 16 del mismo mes, nos abre una magnífica oportunidad para debatir un tema recurrente -hasta la saciedad, por voces interesadas, por ejemplo en Cataluña-: qué interesa y qué no interesa al ciudadano. Porque de nuevo se ha repetido una máxima en sentido negativo. Y aquí partimos de una perversión, aunque no vamos a debatir esta situación en concreto. En sintonía con lo que se expone más adelante, que cada uno juzgue.

Efectivamente, la frase "esto no interesa a la ciudadanía, así que debatirlo es perder el tiempo" nos suena a todos por repetitiva. En el proceso del 'Estatut', en las consultas soberanistas o en el debate taurino, sin ir más lejos. Y, además, suele darse un dato irrefutable por muy parcial que sea uno: la participación relacionada con esos asuntos, cuando se someten a votación popular, suele ser muy baja. Aunque, curiosamente, habla quien menos debe, pues suelen ser los que menos han interesado -y seguimos hablando de Cataluña- en las urnas, obteniendo resultados marginales o poco más, aquéllos que esgrimen tales argumentos.

Pero ahí es donde actúa la perversidad, el deseo de manipulación. Pongamos, para no alargarnos, el ejemplo más claro: el Estatuto catalán. Evidentemente, su dificultosa gestación fue incómoda y cansina y la participación en el refrendo, baja. Ello dio alas a los agoreros que advertían que era un tema que no centraba la atención ciudadana. Bien, hasta aquí nada que objetar. El problema viene en la segunda parte, cuando ese interés en reflejar el desinterés se traduce en suma interesada de quien no se ha pronunciado. Y no es así.

Quien no fue a votar el referéndum del 'Estatut' dejó bien claro que el tema le traía sin cuidado. Pero la inhibición es, precisamente, eso: cual Poncio Pilatos, lavarse las manos. "Que sea lo que Dios quiera, en un sentido u otro porque a mi ya me está bien". En ningún caso es oposición (ni aceptación, claro, pero los que están a favor de esas iniciativas "que no interesan a nadie" no abren el debate en este sentido, así que no son objeto de esta reflexión). La legitimidad de los resultados está, claramente, del lado de quien acude a las urnas independientemente del número.

Es verdad que esta tesis soporta su antítesis y lleva a una nueva perversión. Si partimos de la base que cualquier consulta debe suscitar interés, preguntemos también aquello que sólo nos interesa a nosotros para llevar el agua a nuestro molino. Evidentemente, esta podría ser una máxima que un maquiavélico estratega político llevara a cabo para legitimar cada una de sus actuaciones (y, de hecho, de la posibilidad se han aprovechado no pocas dictaduras para lavarse la cara. Aunque bien mirado -y como apunte colateral- tal vez dándole la vuelta al calcetín podamos pensar que las nuevas tecnologías faculten sustituir una democracia representativa por otra mucho más directa con estas mismas paradójicas armas). Bueno, en este caso, sólo cabe pedir un mínimo de honestidad y ética; que no se maree la perdiz, en definitiva. Y en todo caso tampoco el ciudadano es tonto ni incapaz de darse cuenta de que le están tomando el pelo.

Pero, incluso mirado así, todo es muy relativo. Porque, vamos a ver, ¿es cuestionable que no interese a la población algo que tiene una gran importancia como una ley que debe marcar el devenir del país, como es el Estatuto?. En todo caso, el desinterés debe achacarse a otros factores. Llámense desafección o falta de cultura política o lo que se quiera... Pero, objetivamente, no al tema en sí. Y quien así piense, que reflexione: ¿Qué porcentaje de participación tendría hoy un referéndum de entrada de España en la OTAN?. Y que nadie diga que el tema no es importante; en todo caso el problema sería de falta de concienciación. Y éste es sólo un ejemplo.