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Eso que algunos llaman “crisis de un Estado”

Eso que algunos llaman “crisis de un Estado”

domingo 11 de abril de 2010, 11:39h
Dicen que, para hacer una crónica política fiable, es imprescindible no exagerar. Y, seguramente, hablar de “crisis del Estado”, como algunos hacen cuando se refieren a la situación española, resulta desproporcionado. Pero es un término en boga en las conversaciones de ciertos políticos y en algunas columnas periodísticas y tertulias. Y es que existe sin duda, corriendo en paralelo a la crisis económica, una cierta crisis institucional perfectamente simbolizada en esa sentencia sobre el Estatut de Catalunya que lleva ya más de tres años de demora, pendiente de un Tribunal Constitucional perdido en sus querellas internas, sometido a las respectivas lealtades de cada magistrado, desprestigiado al máximo ante la sociedad española. Puede que la pérdida de confianza de los ciudadanos en sus instituciones radique en el mal funcionamiento de la Justicia, siempre polémica y politizada y ásperamente criticada hasta por los más relevantes periódicos del mundo, ahora a cuenta de lo que ocurre con el juez Garzón, pero la verdad es que podrían encontrarse otros muchos puntos de inspiración para el ataque.

Ahora se especula con la hipótesis de que esta semana que comienza pudiera, al fin, hacerse la luz sobre la famosa sentencia y quién sabe si también, aunque sean cosas y casos distintos y distantes, sobre el futuro profesional de Garzón. No me hago demasiadas ilusiones sobre lo primero y temo lo segundo, porque la verdad es que sobre nuestro juez más estelar pesan demasiadas simpatías y antipatías como para confiar en que tenga un tratamiento judicial equitativo en un marco tan apasionado.

Sobre el Estatut, qué quieren que les diga: lleva tres años aplicándose, no ha generado más conflictos que los derivados de la polémica sobre si se ajusta o no a la Constitución, se ha llevado por delante la buena imagen de la máxima instancia judicial y ha revelado algunas insuficiencias de nuestra carta magna. En el fondo, casi viene a dar lo mismo lo que diga la sentencia, si es que alguna vez –seamos cautos—llega: los efectos van a ser los mismos. Para mí, la apariencia de crisis larvada en el Estado no viene de que en algunas ciudades catalanas se celebren consultas soberanistas, ni de que se obligue o no a rotular en catalán; para mí, la crisis puede radicar en que la Constitución no logre albergar algunas aspiraciones nacionalistas y en que la ley de leyes se haya quedado obsoleta en varios artículos y puede que hasta en algún Título, y pienso, concretamente, en el octavo, dedicado a las autonomías.

Hay, pues, reformas que la clase política debería ir acometiendo, sin prisa pero sin pausa, si no queremos hacerlo luego todo precipitadamente. Toda la tramitación del Estatut, y de los otros nuevos estatutos de autonomía, ha sido una chapuza, rematada por las maniobras partidarias sobre el Tribunal Constitucional. Y no, no creo estar exagerando si digo que ha faltado sentido del Estado y de la prudencia, y ha sobrado improvisación, en algunos de los ‘avances’ institucionales de las dos últimas legislaturas. Ha faltado respeto a la separación de los poderes clásicos de Montesquieu, el Ejecutivo se ha sobredimensionado, el Legislativo ha sesteado y el Judicial se ha desmadrado: ¿cómo queremos que el mundo no se haga cruces con lo que ocurre –y son apenas los dos ejemplos más sobresalientes ahora—con el Constitucional y con el juez Garzón?

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