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De Benedicto XVI a Clemente V

De Benedicto XVI a Clemente V

domingo 18 de abril de 2010, 17:17h
Ha llegado la hora “h” para los Legionarios de Cristo. Y no la hora de “cambiar de nombre” (ahora quieren recuperar el original, “Misioneros del Sagrado Corazón y de la Virgen de los Dolores”… ¡pues vaya tapadera!). Ni de cambiar de “director general”. Ni de limpiar “la cúpula”. La investigación llevada a cabo durante casi un año por los 5 visitadores señalados por el papa Benedicto XVI –entre los que figura el obispo español Ricardo Blázquez- nunca la conoceremos en su totalidad, aunque sospechamos que habrá llegado a conclusiones terribles sobre el siniestro comportamiento de muchos de los máximos responsables de esta extraña Congregación, cuyo fundador engañó –o compró- a seis Papas y creó una red tenebrosa de cómplices que han corrompido toda su obra. Obra extendida por todo el mundo mediante millones de “dólares” y cientos de “dolores”, cuyas víctimas  han sido unos niños a los que nadie, todavía, se ha dignado acercarse a pedir un perdón personalizado y directo, un perdón sincero, un perdón que compense de manera humana, social e incluso económica tanto sufrimiento y tanta infamia.

Con el nombramiento de un “Comisario” (¡qué palabra más atroz y policial!) pontificio no se resuelve la impostura vaticana de más de medio siglo, mantenida a base de cheques por el ya difunto (y casi “santo”) Marcial Maciel y sus multimillonarios compinches. Con la mera reforma de unas jerarquías, de unos estatutos y de unas constituciones no va a quedar limpia una institución podrida por dentro, muy a pesar de algunos de sus miembros sobre los que no se podría dudar de su posible buena fe. El mal no está sólo en la “Legión de Cristo” (¡otras dos palabras que, unidas, huelen a demonios!). Ni sólo en cientos de curas, decenas de obispos y varios cardenales. El mal está en las cúpulas vaticanas, muchas de cuyas mitras, solideos y tiaras conocieron hace décadas, y taparon, por razones  (aparte de las típicas de “evitar el escándalo”) casi exclusivamente crematísticas y de poder (que en la mayor parte de las circunstancias vienen a ser lo mismo) las trampas del poderosísimo e influyente fundador mexicano, y de esa complicidad y ese conocimiento no se libran, a la luz de las ya numerosas “pruebas” o, si se quiere, “indicios” ni Benedicto XVI cuando era cardenal Ratzinger, ni Juan Pablo II desde cuando era cardenal Wojtyla.

Las declaraciones que el papa, algunos cardenales y unos cuantos obispos están realizando estos últimos días sobre tantos crímenes llevados a cabo a lo largo de más de medio siglo por numerosísimos clérigos, muchos obispos y algunos cardenales pederastas de la Iglesia Católica son sencillamente intolerables. Ni “habladurías”, ni “ataques a la iglesia”, ni mucho menos la “invasión de erotismo que nos invade”. Simplemente estos crímenes son consecuencia de la perversión interna y casi consustancial de una Iglesia que desde hace muchos siglos se desvió del mensaje del Evangelio y abjuró de las enseñanzas, el testimonio y las palabras de Jesús, que vino a traer amor, justicia, pobreza, defensa de los oprimidos, verdad y libertad. Ni Marcial Maciel, ni los papas que le arroparon (desde Pío XII hasta Benedicto XVI), ni los prefectos vaticanos, cardenales y obispos que se dejaron comprar por sus dólares y su podredumbre, han demostrado identificarse con el mensaje puro y duro de ese Jesús que siempre tienen en su boca, pero cuyo nombre pronuncian como una blasfemia intolerable. El dinero ha campado a sus anchas en el Vaticano y ha servido, por ejemplo, para tapar los escándalos de los legionarios, por no hablar de otras órdenes vigentes que en su día también se vieron involucradas en operaciones más próximas a la mafia que a la pederastia. Paciencia: ya irán reapareciendo.

Al papa sólo le queda una salida frente a tanta prueba de corrupción: reconocer la culpa vaticana en su conjunto y mostrarse ante sus fieles como los únicos responsables de los ya imparables delitos que van saliendo a la luz. La Legión de Cristo debe desaparecer como tal, previo el reconocimiento de que los seis últimos Papas han sido conocedores y cómplices de sus desmanes. Si Benedicto XVI asume esta verdad, debería dimitir como papa. Es lo que hizo en 1294 el Pontífice número 192 de la Iglesia, Celestino V, que renunció al papado tras ejercerlo durante cinco meses, acuciado por las intrigas del poder. Benedicto XVI podría hacerlo en base a las corrupciones que han infectado los pasillos del Vaticano a lo largo de los últimos 50 años.
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