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Lo que nos queda de Franco…

Lo que nos queda de Franco…

sábado 24 de abril de 2010, 13:47h

Hace ya casi un cuarto de siglo, escribí junto con mi colega Manuel Ángel Menéndez, un libro titulado “Lo que nos queda de Franco”. Era un largo reportaje detallando las ‘reliquias’ que aún quedaban en las leyes, en los colectivos profesionales, en la economía y en el cuerpo social, en general, del largo mandato del dictador. Concluíamos que las huellas del franquismo, incluyendo nomenclaturas de calles y estatuas ecuestres, tardarían poco en desaparecer. Y fueron cayendo las estatuas, se cambiaron algunos –que no todos—los nombres de las calles que recordaban a generales ‘invictos’, las pesetas con la efigie del llamado caudillo dieron paso a los euros y se modernizaron algunas –tampoco todas-- leyes. Pero ahora descubrimos, para nuestro mal, que los rescoldos de la guerra civil y de la brutal represión –para mí, un genocidio-- que la siguió continúan quemando en el ánimo colectivo de los españoles.

Así que Garzón, que sigue protagonizando la mayor polémica sobre el estado de la Justicia en España que se haya visto jamás en nuestro país, es apenas, me parece, un pretexto para justificar las manifestaciones ‘antifascistas’ y ‘falangistas’ que este sábado se conocieron en varias capitales españolas…y extranjeras. El ‘juez estrella’, que no estoy seguro de que no esté disfrutando de lo lindo con el protagonismo ¡internacional! que ha adquirido, sigue acaparando titulares, ahora con la recusación del juez instructor Luciano Varela –otro centro de atención para el debate cainita--, mañana quién sabe si con la recusación de toda la Sala del Supremo que tendrá que juzgar su caso, tan desorbitado por unos y por otros.

¿De Franco nos queda la Justicia? Claro que no, por mucho que algunos exaltados se empeñen en llamar ‘fascistas’ a los magistados del Supremo. Me parece que en España lo único que nos queda de Franco es el Valle de los Caídos, donde ya ha comenzado a entrar la piqueta, y la intolerancia, que es uno de los grandes males nacionales, y no me parece que se pueda achacar  exclusivamente a los excesos de la dictadura esta tan hispánica falta de espíritu dialogante y de respeto por quien no piensa como nosotros. Es el caso que ahí andamos, desmadrados, desmadejados y, me parece intuir por lo que veo en las encuestas, algo desanimados, y no solamente porque la sombra de Grecia sea tan alargada que pueda llegar a quitarnos algunos rayos de sol: hay, creo  --me gustaría equivocarme--, un desánimo institucional, una desilusión creciente pegada a los talones de los ciudadanos.

 Yo creo que de Franco no nos queda, bendito sea Dios, nada más que lo descrito. A quien nos sojuzgó durante cuarenta años lo utilizan, eso sí, algunos políticos sin imaginación y ciertos colectivos extremistas para atizarlo como un espantajo; para arrojarlo, como cartuchos de sal gorda, contra el disidente, contra quien sostiene posiciones diferentes o, simplemente, porque sí. Y conste que no estoy abogando por olvidar el daño que el franquismo hizo a tantos españoles vencidos en la guerra civil y a sus herederos; creo que una cierta memoria histórica, quizá más académica que reivindicativa, ha de estar siempre presente en los pueblos, por aquello de que la Historia la cuentan los vencedores, y la Historia que al menos a mí me contaron estaba llena de silencios, omisiones y falsedades: hay que seguir reescribiéndola. Pero para lo que no puede servir la Historia es para perpetuar las malditas dos españas que esta semana, de nuevo, nos helaban el corazón.


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