Mayores de 65 años

En España hay ocho millones de personas mayores de 65 años, más que la población de Cataluña, Madrid o Andalucía. Y el 87 por ciento de esas personas prefiere vivir solo en su casa antes de ingresar en una residencia.
   
Se pone la frontera de lo que Pío Baroja llamaba “la última vuelta del sendero” en los 65 años, coincidiendo con la jubilación laboral en muchas actividades, pero esa referencia ha quedado en desuso por la mejor calidad de vida y por el alargamiento de los años, por la longevidad. Dice el poeta Manolo Alcántara que a él le parece muy bien que la vida se alargue, pero que debería hacerlo por la mitad, y no por el penúltimo tramo. Y la verdad es que, hace unas décadas, una persona de 60 e incluso de 50 años era “una persona mayor”, y todos hemos leído alguna vez en los periódicos que un automóvil atropelló a un peatón anciano de 62 o 63 años.
  
¿Qué sería de muchas familias sin los abuelos cuidando a los nietos, siempre “de guardia” para cualquier contingencia?
   
En fin, en lo que hoy nos fijamos es en que las gentes que han alcanzado la gozosa edad de la jubilación   (jubilación viene de júbilo, aunque no siempre se cumple) quieren quedarse en su casa, aunque estén solas, y no les gustan las residencias de la tercera edad, o como se diga, aunque sean de cinco estrellas y de cinco tenedores, lo que está al alcance de muy pocos.
   
Hubo un tiempo, en España, en que muchas personas morían en la misma cama en la que habían nacido, en la misma habitación que sus padres y que sus abuelos tras un recorrido por la áspera vida lleno de luces y de sombras. Hoy esas historias ya no se las creen los niños, ni siquiera los mozos. Y, con el grave problema de la vivienda, se recuerda a veces el antiguo refrán de que “el casado casa quiere”. También las gloriosas clases pasivas quieren una casa, aunque convivan con un aparato de radio, con un televisor y con un gato. Parece claro, por lo demás, que el instinto familiar (que mueve el mundo)  no pasa por su mejor momento.