La vida en un rumor

   El encuentro entre Zapatero y Rajoy que por aquí ha decepcionado le ha tranquilizado mucho al Wall Street Journal. Ni entiendo por qué el influyente medio se encontraba ayer más tranquilo que antes de ayer, ni comprendo por qué se puso muy nervioso la semana pasada. En realidad, mi falta de entendimiento no es con el Wall Street Journal -que no conoce mi existencia, ni le preocupa- sino con esta sociedad tan frágil, mejor dicho, tan instantáneamente frágil en la que respiramos.

   Hace no tantos años, Napoleón era derrotado en Waterloo y los ingleses tardaban varias horas en enterarse. Hoy, en un escondido rincón de Internet, aparece una noticia aparentemente insulsa y, de repente, en pocos minutos, se organiza una espectacular bajada en la Bolsa y el editorialista de guardia del New York Times explica las razones por las que ha sucedido lo que nadie, ni siquiera el sesudo editorialista, se imaginaba que podía ocurrir.

   Gracias al Internet del siglo XXI los bancos están en la misma situación que en el siglo XIX y basta que alguien diga que a lo peor el banco no está tan boyante como aparenta para que un alud de inversores se apresure a retirar los fondos y fuerce la quiebra.

   Hombre, sí, hay mecanismos que tienen la misión de hacer de frontón, como los bancos centrales, mundiales y galácticos, pero en los frontones siempre termina por rebotar la pelota, y tengo la molesta impresión de que la pelota no la controla nadie.

   Media vida sospechando que había unos tipos que movían los hilos del mundo y resulta que no, que dices en Internet que viene el lobo y unas cuantas ovejas se despeñan por las prisas del pastor. La única verdad que recuerdo es la de Bodrum, la antigua Halicarnaso, donde unos chiquillos venden unos relojes con esta información: "auténticamente falsos". A lo mejor es que vivimos en una sociedad falsamente auténtica.