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(In)seguridad jurídica

sábado 22 de mayo de 2010, 13:25h
La semana ha sido pródiga en desconciertos -por decir lo menos-procedentes de la acción gubernamental. Es lo menos que puede decirse de las marchas atrás y adelante, de los anuncios contradictorios, de la evidente falta de coordinación en las posiciones del equipo económico gubernamental a la hora de predicar distintas medidas para combatir la crisis; una crisis centrada ahora, sobre todo, en la necesidad ineludible de reducir gasto público, aunque ello conlleve -que conllevará- un aumento en el número de parados.

No falta algún ministro -quien suscribe puede certificarlo- que pida, claro que en privado, una comparecencia de Zapatero ante los medios, sin restricciones ni reservas, para informar a la ciudadanía acerca de cuáles son los criterios finales sobre aumento o no de impuestos, congelación de pensiones o bajada de sueldos a los funcionarios -anunciada pero no cuantificada ni precisada hasta el momento, lo que está produciendo no poca zozobra entre los empleados públicos-. Para no hablar ya, por ejemplo, de los parámetros que deberían regir una reforma laboral o un pacto de austeridad con los presidentes autonómicos.

Pero, naturalmente, para que el presidente salga ante los medios a informar de manera inequívoca acerca de todos estos extremos, primero tiene él que tener muy claros cuáles son sus márgenes de movimiento y actuación y qué diablos es lo que quiere finalmente hacer. Pero, claro, los árboles no dejan ver el bosque, y Zapatero centra en estas horas sus esfuerzos en lograr telefónicamente apoyos parlamentarios para el decreto aprobado en el Consejo de Ministros del jueves, que, como decía, aún carece de muchas concreciones. Va a sufrir el PSOE para conseguir que otros grupos respalden un ‘decretazo’ tan impopular como, probablemente, necesario; ZP y su portavoz parlamentario, el discreto pero poco brillante José Antonio Alonso, habrán de desplegar mucho encanto, muchas promesas, quién sabe si conceder algunas dádivas futuras, para obtener algún respaldo y no ofrecer una pavorosa imagen de soledad.

Algo tiene que ocurrir en cualquier caso. Zapatero saldrá o no a torear en el centro del ruedo -debería hacerlo, pienso-, mas lo que es seguro es que no puede mantener el peloteo sobre las próximas medidas económicas. El increíble debate sobre ‘los ricos’ y cuándo, cuánto y a partir de dónde deberían ser especialmente gravados, ha resultado esperpéntico y, peor aún, peligroso: ahora se ha instalado en la ciudadanía-y en los mercados exteriores- la idea de que una cierta inseguridad jurídica planea sobre la cabeza de los españoles y, claro, de los inversores en España. No puede ser a base de filtraciones de distinto sesgo y contenidos, a medios amigos o afines, como se combata esta sensación creciente de que se vulnera la sacrosanta seguridad jurídica.

A ZP le queda, como mucho, esta semana para restaurar el sagrado orden de las cosas de comer. Grecia debe su desprestigio más al hecho de haber falseados sus datos, de no haber dicho la verdad a sus ciudadanos y a los eurócratas, que al mal estado de sus cifras macroeconómicas. España tenía, y espero que siga teniendo, fama de país serio, cumplidor de sus compromisos y obligaciones, que dice la verdad y refleja la realidad. Este patrimonio no puede tirarse por la ventana simplemente porque las (lógicas) dudas de los responsables de la cosa económica, sus debates y sus desavenencias, se aireen a los cuatro vientos, impulsadas las filtraciones por los que más interesadas deberían estar en dar una impresión de solidez en los planteamientos futuros.

Este barco no va aún a la deriva -España es un país potente, en el que lo peor es la desesperanza de sus ciudadanos, en parte gracias a la inacción de sus dirigentes-, pero a veces lo parece. La impresión de que al timón no hay nadie, o de que hay demasiada gente, o de que la marinería aguarda en los camarotes a que amaine la tormenta, o de que la gorra del capitán la porta un grumete, empieza a estar demasiado extendida. A Zapatero se le acaba el tiempo, aunque no sé si antes no se acabará la paciencia de los pasajeros. De momento, los sindicatos ya se han visto forzados a hacer sonar los tambores de una huelga general, que sería, a mi juicio, lo más inconveniente que ahora podría ocurrirnos.

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