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El Gran Debate

El Gran Debate

viernes 28 de mayo de 2010, 10:03h
¿Qué va a quedar, tras lo ocurrido este jueves en el Congreso de los Diputados, para el próximo –comienzos de julio- debate parlamentario sobre el estado de la nación? Es lo que se preguntaban sus señorías por los pasillos de las Cortes tras asistir al espectáculo del año. Lo cierto es que el debate sobre el ‘decretazo’, que recorta el sueldo a los funcionarios y congela las pensiones, fue esclarecedor: José Luis Rodríguez Zapatero pudo ganar por un voto gracias a que un grupo parlamentario y dos señorías del grupo mixto se lo permitieron. Pero incluso esos, que se abstuvieron en lugar de decir ‘no’ al decreto de los recortes, dejaron palmariamente claro que con ZP no hay nada que hacer, que el hombre del talante es ya el solitario de La Moncloa, como lo fue Adolfo Suárez en 1980. Dejaron claro que Europa obliga a esos recortes tras tanto dislate, pero que en ningún caso estaban arropando a este Ejecutivo.

En treinta y cinco años de actividad como mirón en el Parlamento no había visto un vapuleo semejante al presidente del Gobierno; ni siquiera en aquél célebre rifirrafe entre Aznar y el entonces inquilino de La Moncloa, “váyase, señor González”. Este jueves fue un día tristísimo para Zapatero, que, hay que reconocerlo, se tragó el sapo con dignidad, aunque forzando un remedo de su famosa sonrisa.

España, en su transición y en su afianzamiento de la democracia, ha vivido momentos intensos. Pero pocas veces he visto un susto colectivo en la opinión pública como ahora. De alguna manera, se magnifica la crisis económica porque Europa y, por extensión, Estados Unidos, está preocupada por la situación de un país que, como España, es un gran consumidor y un importante productor de muchas cosas. Algo así, ahora, como un gigante con pies de barro. Confieso no conocer en toda su extensión la magnitud de la dicen que catástrofe económica que nos ronda, pero, si es cierto que la economía es un estado de espíritu, debemos de estar muy mal, porque jamás vi un estado de nacional-pesimismo como este.

Es la hora en la que los soñadores, los teóricos, los aventureros, los desesperados y los aprovechados se lanzan a proponer soluciones, a cual más peculiar, conscientes de que la aventura de la voltereta, lo espectacular, puede ser lo mejor. O lo peor, qué les importa a algunos. Por eso, aun perfectamente convencido de que la ‘fórmula ZP’ se ha agotado sin demasiadas posibilidades de resurrección, temo el aventurerismo: ¿es la salida a estas arenas movedizas unas elecciones anticipadas ya mismo, como quiere Rosa Díez, o a comienzos del año próximo, como, acaso más sensata e interesadamente, propone el triunfador de la jornada, Josep Antoni Duran i Lleida?¿Acaso, si no, una dimisión de Zapatero para ser sustituído por otro socialista? ¿Qué socialista, en este caso? ¿Una moción de censura que el Partido Popular no podría ganar si no se alía con algún otro grupo?

No veo clara ninguna de estas salidas, que muy legítimamente defienden algunos. O muchos. Me parece que no está el horno para cualquier clase de bollo que no sea un acuerdo nacional en torno a cuatro o cinco grandes soluciones: si la clase política, que en un ‘rasgo’ digno de muchos comentarios, se reduce el sueldo un diez o un quince por ciento y cambia el Audi de ventanas tintadas por un coche ‘nacional’ más barato, nos pide sudor y lágrimas, qué menos que darnos un ejemplo de sacrificio de sus intereses electoralistas, potenciando la unidad frente a lo que nos viene. Se ha pedido muchas veces un Gobierno de coalición entre PSOE y PP. Ahora vemos que la incapacidad de los dos máximos dirigentes de estos partidos para llegar a un acuerdo tal vez aconseje mirar hacia otras figuras políticas. Pero ¿cómo hacerlo? Ahí vuelven las especulaciones, el retorcer la ley y las hipótesis políticas.

En tiempos de crisis, no hacer mudanza, dice la máxima ignaciana, que siempre me ha parecido el paradigma de la prudencia. Puede que no quede otro remedio, a estas alturas, que aguantar con Zapatero y un Gobierno remodelado –sería suicida no introducir, al menos, cambios profundos en el Gabinete—, practicando una política de extrema cautela, hasta al menos el año próximo, o quién sabe si hasta 2012, suponiendo que la situación aguante tanto.

Porque a veces lo mejor (teórico) es enemigo de lo bueno (real). O, dicho de otro modo, más vale estar en Guatemala que entrar en el caos de Guatepeor. Y lo peor sería poner en marcha soluciones apresuradas, una vez más improvisadas; creo, sinceramente, que Rajoy llegará a La Moncloa y, sin entrar ahora en demasiadas reflexiones, puede que hasta sea bueno que ello ocurra. Pero, como decía Pujol, más vale que ocurra cuando toque, no vayamos a hacer estallar la máquina a base de forzarla.


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