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El sacrificio de Zapatero

El sacrificio de Zapatero

miércoles 02 de junio de 2010, 14:07h
Dice Zapatero, en un improvisado --¿o no?—parlamento en La Moncloa, que “cuanto más duras parecen las cosas, más fortaleza parece nacer en nosotros”. Curiosa filosofía en quien nunca ha sido sino un pragmático que improvisaba más o menos brillantemente. Yo creo que el presidente del Gobierno está comenzando a asumir que,  le guste o no, está iniciando una larga despedida. Me parecen muy escasas sus posibilidades de ganar las elecciones de marzo de 2012 –suponiendo que sea entonces cuando se celebren--, incluso cuando comprendo que queda mucho tiempo hasta entonces y que la única alternativa a la vista, el Partido Popular, también evidencia boquetes en el casco.

Lo digo sin el menor apasionamiento y, creo, también sin el menor asomo de partidismo: han sido ya muchos años observando el acontecer político como para sentirme tentado de situar en mi corazón unas opciones u otras: todas pueden ser buenas o malas, en función de su actuación. Simplemente, ocurre que el desgaste provocado por la crisis global y por los errores particulares ha provocado en el Ejecutivo y, lógicamente, en su jefe, un desgaste cuya rapidez me asombra. Y atisbo pocas posibilidades de recuperación a medio plazo.

Me parece que Zapatero también lo intuye, a pesar de ese optimismo antropológico del que presume y del que abusa. De ahí, me parece, esa línea argumental, que he escuchado ya en no pocos dirigentes socialistas  --y en el propio ZP--, que consiste en asegurar que en las medidas que ahora se están adoptando no hay interés electoralista, sino de servicio a España. Algo así como ‘nos abrasaremos, pero habrá sido porque hemos tenido que tomar decisiones impopulares para salvar al país’. Me parece una línea argumental válida, aunque sea también casi obligada. 

Pero si el PSOE quiere insistir en esa argumentación, si de veras quiere mostrar que le importa menos ganar las próximas elecciones que arreglar los entuertos –algunos de los cuales los ha provocado el propio Gobierno, por cierto--, tiene que ir más allá: tiene que ofrecer un pacto sin condiciones al Partido Popular para afrontar la desorganización autonómica --¿qué diablos es eso de que ahora cada autonomía, cada ayuntamiento, decide por su cuenta cuánto va  a rebajar a sus funcionarios?—, la reforma laboral, la reforma electoral y hasta la de ciertos artículos de la Constitución. Y, sobre todo, para paliar la desconfianza de los ciudadanos. Es la ocasión, y no deben dejarla escapar, ni él ni su oponente Mariano Rajoy.

Si la situación económica es en verdad tan mala como nos la pintan –y escribo en el día en el que al fin hemos tenido una buena noticia relacionada con la creación de empleo--, no veo por qué no se habrían de pactar igualmente los Presupuestos para el año próximo. ¿Que eso sería echar una mano a un Gobierno que se hunde? Pues que se eche esa mano con todas las condiciones precisas, porque lo urgente ahora es ayudar a los españoles, no, desde luego, al Ejecutivo. Me parece que ese apoyo a un gobernante exhausto acabaría favoreciendo más al principal partido de oposición que al socialista, porque mostraría que ha sido necesaria la ayuda de otros para salir del atolladero. 

Y, en todo caso, me parece que a grandes males, grandes remedios.  Y probablemente estemos en pleno época en la que los grandes remedios son necesarios. Lo que ya no es posible, señor Zapatero, señor Rajoy, es seguir negándose a introducir cambios de fondo en la vida política, como antes el presidente se negó, hasta que vinieron las exigencias de fuera, a cambiar verdaderamente las estructuras económicas. Si ha llegado la hora del sacrificio para casi todos, el primero en sacrificarse ha de ser el propio Zapatero, reconociendo abiertamente que él, solo, simplemente no puede con la tarea, y ahondando así en el comienzo de su adiós.

 
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